Pablo-Manuel Durio
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En una reciente jornada de Manos Unidas insistía un ponente en el concepto de progreso. Para unos consistía en prosperar. A mayor economía, mayor posibilidad de gastar. “Contra más, mejor”, llegándose a lo que se conoce como Principio de Saturación. Tener de todo, incluso demasiado.
Este progreso, nos decía, tiene un precio. No permite vivir tranquilo porque hay que preocuparse de mantenerlo. Supone por tanto, no dejar de estar preocupados por la rentabilidad de los bienes. Para compensar ese eterno estrés, el individuo recurre a nuevos deseos nacidos del nuevo escalafón social.
Preguntaba cómo era posible que si la mayoría de nosotros vivía con más bienes que nuestros antepasados, siguiéramos sin tiempo y enredados en la creación inmediata de nuevas necesidades.
Generalmente la economía de nuestros abuelos fue más precaria que la nuestra, ¿serían más felices? ¿Necesitarían tanto como nosotros?
El gran problema social, nos decía, es desconocer dónde está el verdadero progreso humano. Aprender a diferenciar lo que es deseo de lo que es necesidad.
Es verdad. Cuando el deseo se hace necesidad del tipo: mejor coche, casa, viajes insólitos… hay que seguir pendiente y el trabajo se ejecuta para cumplir cada capricho que se nos cruce, aún a costa de pasar menos tiempo con hijos, padres o amigos. Si teniendo en exceso fuésemos más felices podríamos comprenderlo. Pero no siempre suele ser así.
Un ponente africano explicaba que era tanta la necesidad de una conocida que, ante la insistencia de los hijos por comer, los mandó dormir prometiendo despertarles cuando la comida estuviera tierna. Había cocido piedras.
Proponía dejar de mirarnos a nosotros mismos, abandonar ese ensimismamiento padecido en la sociedad actual para mirar afuera y actuar ante las necesidades imperantes de millones de personas que carecen de todo por nacer en otro lugar o porque, como en el caso de Valencia, la naturaleza los zarandea embarrándolo todo. Solidaridad compartida. Esperanza, al comprobar como tantos, muchos de ellos jóvenes, estaban ayudando. Una felicidad muy diferente a la de acumular.
Si aprendemos a necesitar menos, abandonamos nuestro ensimismamiento y compartimos, evitaríamos las ollas cociendo piedras.
“Compartir la prosperidad para erradicar la pobreza, el hambre y la desigualdad”
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