Que le den al inglés

Decía una iluminada en Twitter que el Sálvame cumplía una función social: ¿qué van a hacer ahora esas ancianas (y ancianos, seamos correctos) que lo veían? ¿En que se van a entretener?

Me enteré de la coronación de Carlos de Inglaterra el día antes, prácticamente. No tiene nada que ver con mi aversión a la pérfida Albión, ni con mi solidaridad para con las víctimas de Elton John. Simplemente, querida, me importa un bledo. Decía Sherlock Holmes en boca de Doyle, o viceversa, que el cerebro humano no tiene capacidad suficiente para soportar todos los datos e informaciones que se nos presentan por delante, y por ello hay que descartar y eliminar inmediatamente aquellos que nos son fútiles. Algo así me ocurre a mí con según qué temas como, por ejemplo, el drama protocolario de Félix Bolaños, la despedida y cierre de Sálvame o las bodas, bautizos y coronaciones de los Windsor (salvo que las vea en la serie de Netflix de idéntico nombre).

Me encuentro ahora inmerso en una obra mayor, uno de esos libros que suponen un hito en la carrera de cualquier escritor. Me refiero a V13, la crónica que realiza Emmanuel Carrère de los juicios por los atentados yihadistas de Bataclan (y demás). Ante tremendo abismo literario y sentimental, asomarme a la pajereta de lo superfluo sería un error en el que no voy a incurrir. Si cierran Sálvame, qué coño me importa. Este infiel jamás pisó esa mezquita, aunque reconozco haber visto las joyas de la corona exhibidas en la Torre de Londres.

Y antes de sentarme con la Vieja trova santiaguera a retomar el juicio del V13, de asomarme al perfil de los acusados que desgrana con pluma magistral el eminente escritor francés, autor de la mágica biografía de Limònov, y que a buen seguro jamás fue negro literario de nadie, me pide ayuda Rodrigo porque no entiende la definición de Racismo. La leo con atención, escrita con su letra pequeña, igual que la que yo tenía a su edad, planteándome si nuestra letra se hereda o si crece con nuestras vivencias, y no acabo de estar conforme con el concepto que ha de estudiar, aunque lo acato y se lo explico.

Cuántas acusaciones de racismo han recaído en los últimos tiempos sobre los feligreses que rezan en Westminster. De filonazis está el mundo lleno, sorprendentemente. Y de Megans. Con la ausencia de la actriz de sangre levemente negra y sus tres hijos, el foco de atención se desvió en cierto modo de Carlos y Diana, perdón, quiero decir Camila, a los que no acudieron. En todas las monarquías cuecen habas, no podemos negarlo, y el clasismo se presupone, pero una cosa es salir en el Sálvame y otra hacer pellas en una coronación real.

"Salah Abdeslam jugaba al ajedrez en la cárcel, aunque dejó de hacerlo cuando cayó en la cuenta de que lo prohibía el Corán", canta Emmanuel, para luego descubrirnos que el sagrado libro se refiere a los juegos de azar, y poco de esto tiene el ajedrez. Mientras parlotean las golondrinas sobre mí me planteo si el racismo está enraizado con el azar. Me inclino a aceptar este supuesto. Todos somos hijos de nuestros padres, rangos, cargos, empleos, programas de televisión, vicios y errores. Decía una iluminada en Twitter que el Sálvame cumplía una función social: ¿qué van a hacer ahora esas ancianas (y ancianos, seamos correctos) que lo veían? ¿En que se van a entretener? Lo dejo aconsejado aquí: que se lean V13, jueguen al ajedrez y escuchen a la Vieja trova santiaguera, bajo el canto de las golondrinas. Que encuentren la felicidad que proclamaba el artículo 13 de la Constitución de Cádiz, en definitiva. Y que le den a Jorge Javier y al inglés.

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