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La esquina del Gordo

No creer en nada

Ahí tiene la última moción de censura; otra pantomima más en medio de la tragedia que se está viviendo

Me parece que esta es la clave para no llegar a la tesitura de tener a psiquíatras como médicos de cabecera. Que no estorban, ya lo sé, pero es bueno que los ciudadanos de acera lo sepamos, caso de necesidad, como los ricos-ricos tienen ese whisky que vale 30.000 euros la botella, exclusivo para presumir de él ante sus iguales o para demostrar su poderío a los desgraciados que se creen todo lo que se les cuenta. 

Creer es un despilfarro de uno mismo. Entiéndaseme, que no hablo del tiempo que cada uno puede perder como quiera, me refiero al desgaste que se sufre para evitar el estar zarandeado como panderetillo de brujas o embarcado en viajes ideológicos de ida y vuelta que nunca llegan a ninguna parte, sólo a la desilusión o a la indiferencia a poca dignidad que se posea.

Ahí tiene la última moción de censura. Otra pantomima más en medio de la tragedia que se está viviendo, de la que la mayor culpa recae sobre estos seres adorables que no tienen puñetera idea de nada al margen de sus propios intereses, capaces de someter todas las instituciones a sus caprichos y de condenar a todo un pueblo a una miseria que ni siquiera los optimistas son capaces de negar que será —ya es— de iguales o mayores proporciones que la II Guerra Mundial. Pero ahí está ellos —todos—, mirándose al espejo, frunciendo el hociquito, echándose en cara sus afectos en vez de buscar soluciones al margen de personalismos. ¡Qué glorioso espectáculo el de estos arcángeles que, a la postre, no pasan de ser gallos de corral o, mejor, de corralillo de patio de vecinos, que eso es en lo que se ha convertido el circo de los diputados. ¡Como para creer en algo!

Si a esto se le añade la última mascarada en el mismo lugar, donde, por mayoría absoluta, se han aprobado ¡seis meses de dictadura…! Porque no le dé más vueltas, esto ha sido lo que ha conseguido el felón vestido de paisano mientras pensaba: "Durante seis meses no molesten, apáñenselas como puedan, que no pierdo mi tiempo ni oyendo lo que me puedan decir los que ampliamente me han apoyado, los que me han votado en contra y, sobre todo, ¡los que se han abstenido, como estaba previsto! Yo estoy consiguiendo lo que me propuse desde el principio: no redimir a nadie y someter al pueblo sin miramientos". 

Esta es la cruda realidad. Alfonso Guerra, aquel león rampante que fue en su tiempo, lo anunció hace cuarenta años: "A España no la va a reconocer ni la madre que la parió". Ahora se ve, cuando en la situación que vivimos él mismo pasa por moderado, como todos los que supieron mamar de la teta en su momento protestando con la boca chica y prefiriendo ser reliquias veneradas, ejemplos de tolerancia, héroes de unas luchas que nunca sostuvieron, y que hoy tienen la poca vergüenza de recriminar y de dar consejos después de haberse procurado pagas vitalicias o amañadas para esquivar las colas del hambre cuando estas, a no tardar, sean irreversibles. 

Y el pueblo para esperar y perder, como siempre. ¿Vale la pena creer?

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