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No es que vaya a ser un fenómeno que vaya a remitir. Al contrario, crecerá en su versión más simple: la de tergiversar y distorsionar todo lo que hasta ahora era planteamientos de sentido común. Es tan sencillo convencer a alguien de que la Tierra es plana o que nos inoculan microchips en las vacunas que sólo basta distribuir parlanchines ‘expertos’ por las redes para ir captando por sistema de goteo a seres impresionables, vulnerables o simplemente con ganas de llevar la contraria hasta el paroxismo de lo patético. Un terraplanista se siente entre rebelde e importante. Ir a la contra conlleva decir y también hacer tonterías como reunir a un número de incautos para subirlos al escenario del Gran Teatro Falla de Cádiz y hacer un rídiculo tan clamoroso que les compensa por bombo y victimismo. Siempre habrá otros incautos ganados.
Con la inteligencia artificial creando un mundo paralelo creativo cada vez será más difícil distinguir la realidad de la ficción. La labor de personas, organismos y empresas dedicados a desentrañar bulos, engañifas (lo que llaman fake news) y mentiras conspirativas tiene cada vez más sentido y es más urgente su demanda. Han nacido programas especializados como el muy útil Conspiranoicos en La Sexta. Sin embargo, con esa intención de desenmascarar timos y timadores (algunos a escala de hacerse hueco en parlamentos y hasta en gobiernos de superpotencias), también agravan guerras mediáticas-políticos, con el fin de desacreditar al rival, a la competencia, para al final generar dudas, polarización y suciedad.
Hay un proyecto a punto de ponerse en marcha en TVE, destinado a las tardes en La 2, para analizar trolas, mentiras y medias verdades, Malas lenguas, que tiene todo el sentido como servicio público. Otra perspectiva diferente es si a partir de un planteamiento así se levanta un formato para salvaguardar los intereses particulares del Gobierno, revisar titulares o declaraciones para la defensa y propaganda de la Moncloa y sus interesados.
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