Hay muchas cositas que analizar en esa fiesta ibicenca que el PP montó en el robledal de Cotobade, en la Carballeira de San Xusto, allí donde Mariano Rajoy decidió que su equipo realizara la pretemporada cada año. Como candidato a ganar la Champions League, un clima adecuado evita lesiones y permite ponerse en forma sin sufrir golpes de calor. Alberto Núñez Feijóo, tan Rajoyesco como el que más, ha decidido mantener la sede de concentración de este equipo de Zidanes y Pavones en que se han convertido los charranes tras la autodecapitación de Pablo Casado, llevándose a su póker de ases a darle su apoyo.

Mucha camisa blanca y poca guayabera se aprecia en las fotos del evento, lo que no sé si tiene alguna lectura, la verdad. Supongo que sí. Pudimos ver a algún líder sexagenario en vaqueros y zapatillas deportivas, mostrándose a sí mismo juvenil, los sesenta son los nuevos cuarenta y tal y cual, en contraposición a los "ególatras" que pueblan la Moncloa. A diferencia de Pedro Sánchez, que tuvo sus niñas con menos edad, Feijóo tiene un hijo, de nombre Alberto, que nació en 2017, y eso demuestra también una vocación de servicio, de fomento de la natalidad patria, de búsqueda intrínseca del santo grial que proporcione la eterna juventud.

El problema que tiene ANF hasta las elecciones generales es que no es diputado en el Congreso, así que ha pedido al presidente del Gobierno un debate serio o un diálogo amistoso en la cámara del Senado para hablar de la inflación, de la reducción de los ministerios, de una rebaja de impuestos a las rentas medias y bajas o de cómo orquestar un plan energético de común acuerdo. Naturalmente, Sánchez —como ese maravilloso personaje de Esther García Llovet— no le va a hacer ni puto caso al orensano, sabedor de su ventaja táctica al estar en lo alto de la colina que Feijóo apenas acierta a ver desde la playa de Lapamán.

Seamos honestos: el líder popular también lo sabe y por eso ejecuta esta serenata nocturna para nuestro solaz y disfrute y se rodea de su quinteto inicial del all-star encabezado por Juanma Moreno —el califa andaluz, lo ha llamado— que con su talante simpático y moderado parece haber abierto un camino que fusiona lo mejor de Ciudadanos con lo más liberal del PP centrista que, sin ser el que mejores resultados le ha dado históricamente, al menos lo diferencia del desaparecido Vox de Santiago y cierra España Abascal.

"Pásamela Sabino, que los arrollo", diría Aznar en su día, pero tras haber pasado el tiki-taka socialista a mejor vida, el PP necesita de un entrenador que aglutine al equipo sin cuitas internas ni espionajes malintencionados. Alfonso Rueda, como Rodrygo, tiene aún que mostrarnos su máximo nivel. Vinicius Ayuso tiene que inventar genialidades en la banda, López Modric debe repartir buen rollo por el medio campo, mientras que Mañueco ejerce de sustituto de Casemiro, repartiendo estopa, y Juanma Benzemá se encamina hacia el balón de oro. Y sobre todos ellos, Ancelotti Feijóo. Sin alzar una palabra sobre otra, el entrenador que despreció el catenaccio tendrá que mover sus jugadores desde la grada del Senado como si lo hubieran sancionado por una expulsión, intentando que sus jugadores no se le rebelen y quieran ganar el Partido por su cuenta.

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