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Análisis

ana sofía pérez bustamante

El amor en la basura

No se sabe quién es el graffitero Banksy, o al menos eso pone en la Wikipedia. Si uno viaja por internet puede asistir al derroche de sarcasmo y lirismo de esas figuras que pinta con plantilla ("estarcido") en medio de la indiferente fealdad urbana de cualquier pared del mundo: la niña a la que se le escapa un globo en forma de corazón, junto a una pintada que dice que "Siempre queda la esperanza"; la mujer africana que va colgando en el tendedero las rayas de una cebra que va siendo cada vez más blanca; la niña con el mazo de globos que echa a volar sobre uno de los lados del muro que ha erigido Israel para encerrar a Palestina; la vietnamita desnuda que huye del napalm, en este caso de la mano de -y frenada por- los simpáticos Mickey Mouse y Ronald MacDonald. Banksy también ha firmado happenings como el del camión de la granja de carne que circula por la ciudad con cientos de animalitos de peluche asomándose a los respiraderos y chillando, mientras la gente lo observa divertida. Ahora tenemos el curioso cuadro de la "Niña con globo" que nada más ser adjudicado en subasta comenzó a autotriturarse, sin que la compradora desistiese de adquirirlo, convencida de que por esos segundos de estupor mundial su cotización aumenta, como así ha sido. Ahora se llama "El amor en el cubo de la basura". Pero es que antes de esto están los muchos murales de Banksy que han sido arrancados de las calles para subastarlos por cifras millonarias. Y no hay nada que hacer. En el mercado de la doble moral, que Banksy denuncia, Banksy es la mercancía más valiosa. Puede que Banksy no sea una persona sino un colectivo. Algo así como la cadena de aedos que hemos bautizado con el nombre de Homero. Puede que Banksy sea el hijo de algún situacionista del mayo francés que ha alcanzado a pintar el eslogan "Sigue tus sueños" con una sobreimposición: "Cancelado". Pero yo sé cuál será el próximo paso del sistema: Banksy Premio Nobel de Literatura 2019. Igual que Bob Dylan. Él lo podría celebrar con un mural en algún suburbio de Estocolmo donde, sobre una escena vergonzosa, se sobreimponga un sello: "Me too". O "Me two", porque el año que viene toca dar dos premios Nobel de Literatura.

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