Gastronomía Estas son las tapas de atún rojo de almadraba que podrás probar en la Feria del Atún en Barbate

Todos conocemos en nuestro entorno vecinal a algún vecino o vecina que fácilmente se enoja, riñe o demuestra enfado ante la nimiedad más nimia que pudiera acontecer delante de sus narices, y todo porque ellos lo valen. Se comportan como los consejeros espirituales a los que hubiera que acudir sí o sí a pedirles permiso para hacer según qué cosas. Son ellos, y únicamente ellos, o ellas, los portadores de la verdad absoluta. Están tan encantados de haberse conocido que su humildad, su objetividad y sus consejos a los vecinos están expresados sin ningún tipo de acritud, sarcasmo o ironía alguna. Son, o pretender ser, los perfectos mandones –indios del común- de las calles de su barrio, autoproclamados, sin que nadie les haya llamado para ello.

Suele ocurrir que estos personajes no han podido desarrollar en plenitud durante su niñez el famoso síndrome del Emperador que, entre otras patologías suele desplegar poder y autoridad sobre sus padres, llegando incluso a, en los casos más complejos, ejercer maltrato hacia ellos. Y claro, con éste déficit arrastrado a lo largo de sus años de vida, ahora se convierten, o eso pretenden, en los mandones y mandonas del asfalto que les rodea.

Dicen los entendidos que lo mejor que se puede hacer con este tipo de personajes es, ignorar sus comportamientos, es decir, ni reírse ni mirarlos aunque nos hagan gracia. La indiferencia es la mejor medicina para esta ‘gente de bien’ que cuando se cruzan contigo por la que creen que es ‘su calle’, agudizan farisaicamente su mirada intentando traspasarte su hipocresía, su fingida moral, y unos sentimientos o unas creencias religiosas que ni tienen ni van a alcanzar jamás.

¿Quién no se ha encontrado, siendo niño, al clásico señor calvo y con bigote que te ha llamado la atención con cierta chulería y superioridad alopécica por jugar delante de su fachada? ¿O a la señora que desde su balcón te ha dicho que te vayas con viento fresco a jugar a tu casa? Está claro que a esta gente se le ha olvidado muy pronto esa niñez que nunca debiera desaparecer de nuestras memorias. ¡Ah!, pero eso sí, lo del calvo con bigote metiéndose con mi perrito Pluft no se me olvida. ¡Cascarrabias!

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