La esquina del Gordo

Turismo, cambiar el alma por calderilla

El turismo originario se basaba en mostrar al forastero lo que cada lugar tenía de singular e intransferible, eso que se llamó "lo autóctono" y que traducía la idiosincrasia particular de cada lugar, desde sus costumbres hasta el carácter de los nativos

Soy de los que piensan que una ciudad no se conoce con un par de visitas y, mucho menos cuando estas son guiadas por mucho que se empeñen en mostrar lo pintoresco, la gastronomía o que reciten los pasados domésticos más o menos gloriosos; peor aún ahora que las visiones quedan en el archivo fotográfico que sólo sirve para dejar constancia de que allí, en aquel lugar se estuvo, se pisó, aunque las conclusiones sean falsas o levemente superiores a las que reciben las bolsas del cortinglés.

El turismo originario —al menos esa fue la idea—, se basaba en mostrar al forastero lo que cada lugar tenía de singular e intransferible, eso que se llamó "lo autóctono" y que traducía la idiosincracia particular de cada lugar, desde sus costumbres hasta el carácter de los nativos. Fue el atractivo que este escribidor sacó en conclusión cuando para ir de un lugar a otro había que hacerlo en trenes con máquinas humeantes, asientos de madera o en autobuses asmáticos antes de que los llamaran autocares.

Eran tiempos en que el desafío era descubrir el pulso de los pueblos y ciudades, sentir sus latidos, conocer sus ritmos de vida, sus olores, incluyendo la cadencia de los pasos de sus habitantes y, por supuesto, sus sabores. Que hoy en un pueblo de la gran puñeta se encuentren alojamientos similares a los de, por ejemplo, Marbella o la Costa Brava (piscinas climatizadas, spa’s, salas aeróbicas, etc.) y que los menús sean idénticos a los más sofisticados del mundo mundial no es señal de progreso, sino de adocenamiento y resulta hasta ridículo. Dígame si no conoce pueblos artificiales creados alrededor de los antiguos donde no encuentre un menú literalmente tan largo de enunciado como tan corto de contenido. Claro que de esto a aquella pizarra en el bar de la plaza de un pueblo castellano barrido por el viento, 'se hacen tortillas por encargo', va una diferencia. Para peor.

Pero ya ve, hoy por hoy es la primera industria del país. Aunque lo paguemos cambiando el alma por calderilla.

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