Esto promete. Me froto las manos, me pellizco el pellejito del codo, me flagelo con una zapatilla de paño de la zapatería de la calle San Miguel. Se avecinan el caos, la oscuridad, el apocalipsis para esta fiesta del demonio. Y no va a hacer falta que nadie se la cargue. Los mismos carnavaleros están en ello. Anoche estaba revisionando por decimocuarta vez en un canal de orden, de moral intachable, la película 'El señor de La Salle' (qué elegante Mel Ferrer) cuando sonó el teléfono de góndola que tengo en el aparador, justo al lado de la lata de membrillo de Puente Genil donde guardo los escapularios. Era mi amiga Pura, que cada vez está más enterada de lo que ocurre en eso que los poetillas llaman el coliseo (aquí es cuando me entra la risa floja). Para contarme que se están peleando entre los juntaletras. Un tal Tino se metió con el pregonero, el Juaqui, y a este lo ha defendido un tal Nene. Y todo ello, según esta sorprendente corresponsal carnavalesca que es mi amiga, con un estilo soez y grosero. Qué se puede esperar, claro. Nadie podría imaginar que estos rimadores se insultaran entre ellos con la elegancia y la finura que lo hacían Quevedo y Góngora, poetas de verdad a los que seguro no conocerán, pues sus padres los sacaron del colegio a edad temprana para que salieran en comparsas. Este asunto me tiene (como nunca) ligeramente pendiente de lo que ocurre en Fragela. En la siguiente fase puede arder aquello con más contestaciones entre los coplilleros. Espero que acaben a trompadas y alguna institución pública con buen criterio suspenda el concurso.

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