Sobredosis de orujo

Los penitentes serán la antesala del progresivo fin de la mascarilla y sonreirán desde el interior de sus capirotes, al tiempo que nuestros políticos siguen con sus mascaradas

Lo reconozco. No sé qué pensar sobre las mascarillas y su próxima erradicación progresiva. Puede ser que los que tenían que lucrarse con sus ventas estén ya sobradamente forrados o que resulte que en realidad nunca sirvieron de mucho. Ayer notificaron veintitantos mil nuevos contagios y más de doscientas muertes por Covid lo que viene a germinar dudas en mi jardín: ¿cuántas de esas víctimas de la pandemia llevaban mascarilla cuando fueron contagiadas? Que el gobierno diga que eliminará parcial y progresivamente la obligación de llevar el antifaz bucal en interiores cuando pase la Semana Santa, justo ahora que, precisamente, va a haber por fin una Semana Santa, me deja totalmente descuadrado. O sea, miles de personas arracimadas en las salidas y las recogidas de los pasos, respirándose los unos a los otros en la carrera oficial.

Meses atrás me pasó una cosa curiosa: iba por la calle principal de mi pueblo y vi que, desde una terracita, una mujer me saludaba amistosamente. Ante mi cara de interrogación, y a diferencia de como hacíamos al principio, se puso la mascarilla para que la pudiera reconocer. El mundo se ha vuelto del revés, pensé. Lo cierto es que conocí a esa señora con el burka sanitario puesto: nunca había visto su rostro.

Al principio las mascarillas nos empañaban las gafas y eran un coñazo; todo el rato con la gamuza en la mano, pinzando sobre el tabique nasal con la ayuda de las gafas. Luego, el vaho desapareció. Hubo quien customizó los tapabocas y se hartó de vender logos y colores, forros y texturas. El mercantilismo desbocado no entiende de otra cosa que no sean las oportunidades de negocio y los nichos de mercado.

El 19 de abril esos negocios estarán oficialmente amortizados. Muchos se alegran y dicen que ya estaba bien de respirar con dificultad por culpa de un gobierno timorato; otros muestran su preocupación ante el posible advenimiento de una séptima ola del coronavirus. La ciudad china que ha confinado a veintitrés millones de ciudadanos resulta una estampa desoladora, pero tenemos vacunas que no impiden los contagios pero sí suavizan sus síntomas (a no ser que te mueras, claro). Los chinos no, al parecer.

Los penitentes serán la antesala del progresivo fin de la mascarilla y sonreirán desde el interior de sus capirotes, al tiempo que nuestros políticos siguen con sus mascaradas. La última: que Vox invoque a Paracuellos por un comentario del presidente ucraniano Zelenski sobre el bombardeo de Guernica. Algunos descerebrados no saben qué hacer para que se hable de ellos y son capaces de comparar a Pedro Sánchez con Hitler y a Bolaños con Goebbels. Otras "quieren creer" que los hombres no son animales que explosionan (o algo así). Debe ser que el orujo está de oferta (o algo así). Lo que me lleva a otro serio inconveniente para cuando se destierren las mascarillas: algunas bocas hieden. El aliento de dragón de más de uno tendrá vía libre, con sobredosis de orujo o sin él.

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