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Un joven con un mando de videojuegos en sus manos.

Un joven con un mando de videojuegos en sus manos.

"Cuando salgo al campo con la máxima concentración y pensando sólo en la victoria no hay quien pueda pararme. Veo al rival y sé de mis propias habilidades. Confío en mí y estoy convencido de que puedo vencer. Soy consciente de que miles de personas pueden estar viéndome en ese momento y sé que voy a triunfar". Esta fuerza mental es la que ha llevado a Víctor a disputar las semifinales de un torneo internacional de fútbol. El rival es un equipo francés, muy preparado, que ha dejado en su camino al cuadro ruso, el gran favorito.

"Va a comenzar el encuentro, bebo un sorbo de mi refresco, y me preparo para todo lo que pueda venir… El primer gol de los franceses llega pronto y con él una gran decepción para mí. Doy un golpe con fuerza en la mesa y me dispongo a seguir, ahora ya al ataque, en el horizonte solo la portería de los franceses mientras miro el tiempo restante en la parte superior". Tras el primer gol llegan otro dos más y Víctor pierde el partido por tres a cero. "¡¡He perdido!!", dice gritando y en un gesto de rabia tira el mando contra la pantalla y lanza los cascos con fuerza al suelo. "¡¡Lo tenía ganado!! ¡¡Yo soy mejor que él!!". Alertada por los gritos, su madre entra en su cuarto y le dice que se calme, que sus gritos se oyen en toda la casa y que deje el ordenador un rato y se ponga a estudiar.

Víctor dejó de jugar al fútbol en el equipo de su barrio hace cinco meses. Cambió la convivencia con sus compañeros, la actividad física y la celebración de un gol con un abrazo por cientos de horas frente a la pantalla de su ordenador y un mando en la mano para emular a los profesionales de los e-sports. Desde entonces, ha dejado de relacionarse con sus amigos, que cansados de sus noes ya no le llaman, apenas sale de su cuarto, donde hace las comidas a base de preparados rápidos y bebe litros de refrescos de alto contenido energético para poderse mantener despierto durante toda la noche y participar en los torneos. Su vida, a los 15 años, transcurre entre cuatro paredes en ocho metros cuadrados.

La OMS declaró desde 2018 la adicción a los videojuegos como una enfermedad, un trastorno mental

Hoy, y con una enorme oposición por su parte, Víctor asiste a la cita con el médico acompañado de su madre. En los últimos cinco meses, desde que dejó de jugar al fútbol con sus amigos, ha engordado más de cinco kilos, su carácter se ha hecho más violento y ha empezado a tener un fuerte dolor abdominal muy preocupante, que es la causa de su cita con el doctor. El rendimiento en sus estudios ha caído en picado y toda su vida gira ahora en torno a lo que puede ver a través de las 25 pulgadas de su monitor. "Víctor está llevando una vida ficticia, con amigos digitales que son su nueva referencia", asegura el médico de Víctor a su madre. En estos chicos, en su mayoría rusos o americanos de entre 20 y 30 años, Víctor encuentra un modelo que pretende imitar, especialmente atraído por una vida fácil de fama y dinero como gamers profesionales.

La Organización Mundial de la Salud ha declarado desde 2018 la adicción a los videojuegos como una enfermedad, un trastorno mental, y la ha incluido en su nueva clasificación internacional de enfermedades (ICD-11), que no se actualizaba desde 1992. Según la OMS, la actividad de algunas personas con los videojuegos deja de ser un uso excesivo y se transforma en una enfermedad cuando los jugadores, en gran parte menores de edad, pierden el control sobre la frecuencia y duración del juego, lo que los asemeja a la conducta de los adictos. En la gran mayoría de estos casos, toda su vida gira en torno a lo que se es adicto.

Después de un tiempo prolongado de ayuda psicológica profesional, Víctor vuelve hoy al entrenamiento de fútbol con sus compañeros. Lo acogen con los brazos abiertos y Víctor, entre avergonzado y sorprendido, saluda tímidamente. Vuelve a correr, vuelve a marcar goles y vuelve disfrutar de los partidos sobre el césped… no desde su cuarto. ¿Y el ordenador? Víctor sigue recurriendo cada día a internet a través del móvil, como todos los adolescentes de su edad, pero su uso está limitado y restringido a un comportamiento moderado y controlado por sus padres. Víctor vuelve a sonreír como no lo hacía desde hacía meses.Su madre entra en su cuarto y ve que Víctor no está. Lo llama por teléfono y Víctor responde. Le dice que ha quedado con sus amigos para ir a una pizzería cercana. En la puerta de entrada se hace un selfie con ellos y lo sube a Instagram.

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