Las fiestas de los niños, esos pequeños seres inocentes, es sobre todo la llegada de los Reyes Magos, "cargaítos de juguetes", como decía el villancico. Bueno pues el título de reyes parece datar del siglo VI, elevando su número a doce e incluso a quince. Los reyes, esto figura hasta en Moby Dick, de Herman Melville, están enterrados en la catedral de Colonia, donde corre la leyenda de que tras escanear el sarcófago, aparecen restos de cuatro personas. Los reyes, en teoría, los tres Reyes Magos, se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar; uno era europeo, el otro asiático o árabe o del Medio Oriente, y el último, africano; venían montados en un caballo, un camello y un elefante, y le dieron al niño Jesús el oro, el incienso y la mirra. Es lo que teníamos hasta que el Papa Benedicto XVI publica su libro de sobre la infancia de Jesús, editado por Planeta, donde sigue desmontando tradiciones. La primera fue que en el portal de Belén no había ni mula ni buey; la segunda, que la estrella que siguieron los Reyes Magos era una supernova; y, la última, que Melchor, Gaspar y Baltasar procedían de Tartessos, que los historiadores ubican en algún punto de Andalucía, en el triángulo formado por las actuales provincias de Huelva mayoritariamente, y parte de las de Sevilla y Cádiz. Y que eran Magos, o magois del griego, de la raíz indoeuropea magh, -tener poder-. Leyendo a Mateo, se aclara lo que tenemos de relato para nuestra fe. Daniel-Rops afirma que en los tiempos de Cristo la astrología estaba severamente penada. Que era una ciencia funesta que engendraba todas las maldades.

¿Entonces, en qué quedamos? ¿Astrólogos o reyes? ¿La Iglesia corrige a la Iglesia? La carencia de fieles en los templos, fieles jóvenes, claro, es una falta de conexión de los pastores con el rebaño. ¿Pero que salga de los papas el jarro de agua fría sobre creencias defendidas hasta con las vidas de muchos mártires?

Vuelvo a aferrarme a la fe. La que nuestros padres nos enseñaron. La del catecismo y la comunión. La vida eterna. Es la meta. Ahora que sentimos más cerca que nunca a la muerte con la pandemia, ahora que tenemos múltiples padecimientos. Ahora. Supersticiones de la época, evangelios apócrifos, historiadores arqueológizados. Todos intentando matar a la fe o buscándola intensamente. En una etapa hedonista dónde solo la felicidad como meta y sin padecimientos es lo que navega. Busco la fe, la buscamos más allá del notario o de las erratas. O la revelación de una verdad documental, fe de soltería…etc. La fe que nos enseñaron en los colegios isleños fue la aceptación de las revelaciones propuestas por la Iglesia. La misma que ahora nos quiere cambiar el paso.

Hincado de rodillas en el Sagrario de la Iglesia del Carmen sentí que la fe crecía. Y lo pregoné así. Suenan ecos, conjuros, de la sombra o el viento./ La ciudad ha caído en sus viejas fisuras./ Y la calle es el claustro de los viejos conventos/ donde el órgano daba santidad y clausura./ Brillos de bajamares, plenamares de lentos/contrapuntos silentes que la plata conjura/ como un altar del alma sobre algún sotavento/ y la arena aquel cristo que escribió su lectura…/ De pronto, recogido como en la sacristía/ el alma suspendida con las avemarías/ alza a sus contrapuntos el silencio suave. La ciudad se recoge en penumbra y sagrario./ Y el alma sobre el pecho es el nido de un ave/ donde anida la fe como un lento rosario.

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