La verdad es que cansa. Se echa un repaso al ordenador y solo se ven nombres. Nombres y los revuelos que se traen entre manos; pero como la mitad es mentira y la otra mitad publicidad pagada, poca curiosidad despierta, más bien rechazo instintivo, hastío y, en el límite, tristeza.

A propósito de tristeza, creo que la primera que la sentí siendo niño fue cuando descubrí a un burro viejo dar vueltas uncido a la percha de una noria de huerta. Cuando, por cansancio, se paraba y dejaban de sonar los cántaros que sacaban el agua, el dueño que regaba, con un silbido, arreaba de nuevo el penoso andar del animal. No sé por qué extraña asociación de ideas se me ha venido a la memoria esto del burro y la noria con el tema que trato hoy: los nombres. Quizá haya sido por el rodar de estos por los medios de comunicación; ese tránsito cansino; esa barrena que termina por agotar el temple de cualquiera; ese pretexto que rellena huecos; esa agresión eterna a todas las sensibilidades.

Villarejo, Torra, Sánchez, Puigdemont, Ábalos, Évole, Wyoming, Iglesias, Zapatero, Echenique, Urdangarín, Aznar, Abascal, Pujol, Iceta, Junqueras, Montero, Bardem, Presley, Redondo, Colau, Borrell, Casado, González, Urkullu, Otegui, Borrego, Arrocet, Jorge Javier, Esteban, Patiño, Padilla, Rociíto, Hernández, Griso, Rahola, Matamoros, Pantoja, Kiko, Chabeli, Isa, Lydia, Terelu… No están todos aquí porque no caben. Hay más, muchos más formando esta comparsa grotesca y vanidosa.

Sopa Juliana de nombres. Peligrosa sopa habida cuenta de los ingredientes, estomagantes casi todos. Nombres causantes de la impotencia que el ciudadano siente a diario en el mejor de los casos, porque en el peor no deja de ser el espejo de una sociedad sin valores que en esa avalancha de nombres esconden sus ambiciones y sus podredumbres; que, acaso, los redimen de ser mindundis de alquiler, tertulianos de barriada, o adictos a programas televisivos donde unos cuernos bien puestos valen diez días de audiencia y un dinero curioso que nada tiene que ver con la inteligencia.

Ya habrá leído lo que dijo Sonia Vivas, concejala de Podemos: "Desde pequeñas nos enseñan que tenemos un negocio entre las piernas". Ningún comentario porque la frasecita habla por sí sola. Aunque peores son las expresadas por los que pretenden pasar a la historia con intenciones de perpetuarse en ella como bienhechores de la humanidad cuando en la mayoría de los casos no pasan de ser cómplices unidos por intereses comunes mientras duran.

Sin embargo en este tiempo de disimulos se echa de menos la voz de los uncidos a la noria que debieran saltar diciendo: "Tú no me representas". "En mi nombre no hablas" o, en plan doméstico: "Te conozco tan bien que nunca podrás ser mi amigo". Quizá sea inútil con tanto nombre al retortero, o quizá falte valentía para proclamarlo abiertamente porque serán estampillados como fascistas, y no vaya a ser que un gesto de rebeldía sea el culpable de un ostracismo político-social, que es la venganza de los santones miserables.

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