Análisis

Juan CArlos Rodríguez

Letras de Cai a Chiclana

Decía Chano Lobato que "el flamenco es un arte, el flamenco es una fiesta". Esa acepción tan gaditana del cante y el toque es la que más se ajusta a cómo Chiclana ha ido apareciendo entre las letras de la discografía de pizarra y vinilo. Casi siempre en alegrías y cantiñas, solo alguna que otra seguiriya y malagueña. Al fin y al cabo componen -aunque realmente en un número escaso- una proyección de la propia ciudad: "Viva Caí, viva El Puerto/ y la Isla de San Fernando,/ Chiclana y el Trocadero/ donde se cría el salero", que cantaba Antonio Mairena en una grabación de 1909. Esa es la primera acepción que en las letras jondas se hace de Chiclana: una clara identificación con el espacio y el entorno, es decir, la Bahía de Cádiz, las salinas, el estero. Otra versión es la que alguna vez entonó Juanito Valderrama: "Bahía de San Fernando/ Chiclana y Puerto Real,/ yo sé que hay tierras bonitas,/ pero no con tanta sal".

El mismo Chano Lobato entonaba una de esas alegrías tan definitorias, en la que además aparece el vino de Chiclana, siempre irrenunciable y escasamente cantado: "Nunca paran de llamarme/ por las calles de la Isla/ las campanitas del Carmen,/ ostiones y bocas de San Fernando/ y un vino chiclanero para rociarlo,/ que maravilla prima,/ qué maravilla,/ que hasta a San Pedro le gustan las cañaíllas./ Chiclana y el Trocadero, Puerto Real y la Isla/ Chiclana y el Trocadero,/ donde se crían las algas/ y los pescaítos de esteros". El Niño León grabó con la guitarra del gran Melchor de Marchena otra versión que bautizó como "Alegrías de las salinas" (1944) y en la que proclamaba: "Chiclana y el Trocadero,/ Puerto Real y La Isla,/ de dónde sale la sal/ que consume el mundo entero./ Caminito de Chiclana,/ carreterita delante,/ tuve que cruzar el puente por ver tu cara gitana".

Aquí se entrecruzan, además, esa festiva recreación de la bahía de la sal y la marisma con otra que también hizo fortuna: la de Chiclana como camino, un ir, a donde siempre se llega para encontrar el amor. Y siempre espera una novia. "Que yo me voy para Chiclana,/ donde me espera una niña/ sentaíta en su ventana./ Un clavel de tu reja, el más hermoso,/ por culpa de una rosa está celoso", que cantaba Naranjito de Triana. O Rancapino -faltaría más- en su zambra "La mantilla de Manuela", que decía: "De Cádiz hasta Chiclana/ caminito yo he andado/ por ver gitana tu cara/ y el corazón me has robado". Pero a veces sucede el desconsuelo, la pérdida, el amor que se va.

Es más que curiosa -y excepcional, por lo anómala- la alegría que, años antes, dejó grabada el Niño de la Huerta, toda una copla en su desarrollo dramático, más allá de la suma de estrofas de diversa procedencia a la que acostumbra el cante. Hay una presentación: "Y en el puente de Suazo/ de San Fernando a Chiclana/ yo he visto una niña muy blanca/ con mucha pena llorando/ yo he visto una niña muy blanca/ con sentimiento llorando". Y también un nudo. Porque el cantaor de Lora del Río prosigue acentuando el desamparo: "Viéndola llorar con pena/ "¿qué tienes?", le pregunté./ Mi novio a mí me ha dejado/ porque no me ve morena./ Mi novio me ha abandonado/ porque yo no soy morena". Y finalmente el desenlace: "Vente conmigo/ vente a la mar/ que la brisa te ponga/ más bronceada./ Si como eres de blanca/ tú eres de buena/ vente conmigo/ blanca morena".

Ese drama lo encarna también el Niño de Marchena con un "Cante de Chiclana" (1932) que es una malagueña y un lamento de desamor. Pero que, curiosamente, supera una seguiriya compuesta por León y Quiroga que también graba Pepe Marchena con Ramón Montoya, además de la orquesta del maestro Quiroga. Este "Cante de las salinas de Chiclana" (1934) no es esta vez festero, sino que habla de angustia y de ausencia: "No había pena más grande/ que la del saber/ que la persona que tú estabas queriendo/ ya se fue". Los mismos León y Quiroga escribieron también esa copla -realmente, una marcha- de orgullo de mujer y de madre que protagoniza una tonadillera despechada: "Mercedes la de Chiclana" (1960), que cantó Lola Flores. "Que mi pena es sólo mía,/ pena negra y de gitana,/ que esconde tras su alegría/ Mercedes la de Chiclana". Otra representación de esa "chiclanera" penando mal de amores de la que la zarzuela y la copla han reincidido. Y no solo la famosa que compusieron Vega, Oropesa y Carmona. El maestro Damasco, es decir, Ernesto Santandreu, escribió otra "Chiclanera" que ya nunca se canta y tenía un estribillo llamativo: "Chiclanera, Chiclanera,/ ¡ay, gitana de mi vida!/ Para que estés siempre a mi vera/ tengo una vela encendía./ Que lo saben en el cielo/ y no cabe la mentira,/ mira que te están mirando/ chiclanera, mira, mira".

La última acepción flamenca de Chiclana, aún menos frecuente, es la del deleite y la atracción, la del elogio y la belleza, que por ejemplo canta nuestro Antonio Reyes, en una alegría por supuesto: "Tierra donde lo divino se hizo mar y frontera,/ tiene la sangre torera y el color del vino fino./ Cuando Chiclana baila con el levante,/ las olas de La Barrosa son sus volantes".

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