Estoy muy aturrullada. Ay. Será esta variedad climatológica en las carnes, que no pienso con claridad y se acumulan los temas para los artículos cuando estoy un tiempo sin darles la lata. Y les confieso que en medio de este follón de ideas está la fija y sobresaliente de ese verano alegre que vemos en lontananza. Después de haber leído para documentarme, no sea que alguien me lance una holoturia a la cara, sobre el posible despelote en nuestras playas, parece que no es para tanto después de los titulares a mala idea (o a buena) que incitan al morbillo y al espectáculo. Los gaditanos sabemos convivir con los virus, las churras y las merinas, la oscuridad en navidades y las barajas echadas en las calles principales del centro. Así que no creo que en cuanto a pelambrera al aire, en la cuna de la libertad quepa el espanto ni la mojigatería. Eso quiero pensar.

Que Kichi es un fenómeno ya se sabía, como carnavalero y profe, y como alcalde guay ahora que va a asegurar con dinerillo público los móviles chulis y patinetes eléctricos de los chavalillos de las familias gaditanas en edad de merecer paguitas, no sé si mejor es merecer un trabajo, pero bueno. Perdonen mi causticidad y desconfianza, y es que una viene de vuelta. Palos en la nuca y desilusiones ante reyes desnudos y no en la Victoria, precisamente. Y es que el que manda es un fenómeno, y su equipo de ostiones y empanadas también (me refiero a los actos gastronómicos del carnaval del calor, no piensen mal).

Sepan que Cádiz va saliendo ya de la senectud, los patios apuntalados y el letargo con olor a humedad, ésa que impera en la ciudad y que cala hasta los huesos. Y si no, vengan a admirar un carril bici muy europeo en paralelo a esa kilométrica playa que es orgullo y maravilla de propios y ajenos. Pues está claro que lo que sobra en Cádiz es población bohemia a dos ruedas y mochila al hombro (ojalá). La naturista la veremos en la arena con el buen tiempo, decretos mediante. O a lo mejor, tampoco. Yo que sé. Y es que como ya hablé en otro artículo, en paralelo a las decisiones del alcalde fenómeno, como se ha demostrado en febrero, la rebeldía inherente al gaditano sale a flote y se quita la mascarilla para ponerse el antifaz cuando no debe y cuando quiere. Y no me extrañaría nada que, ahora que uno puede tostarse sin que quede marca, se vea más de un bañador enterizo de cuello alto, sólo por llevar la contraria. No serán los mismos que van solos en el coche con mascarilla, porque eso no tiene nada que ver con el gaditanismo, que aquí somos inteligentes. De todos modos, me da más miedo que alguno se quite el cubrebocas, no sea que hable o nos salga del alma un qué feo eres, picha, otra vez. Salud.

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