La reciente borrasca se ha dejado sentir en toda la provincia, en toda la comunidad, y mas allá. Lo imprevisible, lo previsible y el capricho del clima nos lleva a situaciones en donde, gracias a Dios, no se han lamentado desgracias personales, más allá de lo material que siempre tienen solución.

Como ocurre siempre, las explicaciones ridículas, el pedir responsabilidades y buscar justificaciones está en el orden del día. Pero los árboles caídos siempre han estado en nuestro devenir y es que, en esta vida, siempre encontraremos árboles caídos, y gente que intente hacer de ellos leña, o por necesidad o por simple placer de ver arder aquello que no comprende. Sin embargo, el viento nos ha dejado clara una lección que no se debe olvidar, da igual lo profunda que sean las raíces, da igual el tamaño de las ramas, la poda, la fuerza o lo podrido que se encuentre, siempre hay algo mas fuerte que lo que nos puede mantener anclado en nuestra zona de confort.

Quizás las borrascas, los temporales, la inclemencia, que no conocen clemencia alguna, que nos azotan de vez en cuando, no sean más que la lecciones de vida que apagan nuestro orgullo, que nos hacen ver nuestra debilidad, porque siempre habrá algo mas fuerte que nos pueda hacer caer. Lo curioso de esta lección es que no distingue a nadie y cualquier árbol puede convertirse en un árbol caído, y si juntamos los fenómenos, después de caer, una riada lo puede revolcar por el lodo, arrástralo por lo mas cenagoso, terminando destrozado contra alguna piedra del camino.

No creo en el azote de la mano invisible, tampoco en la búsqueda del mal, ni siquiera en la plena inconsciencia de buscar el desastre, ni en la dejadez estúpida, la casualidad, el destino, el capricho, eso sí existe, y por eso, quizás, deberíamos pensar que nunca es bueno hacer leña del árbol caído, porque no sabemos en que momento de la vida podemos ser pasto de las llamas, ni quién podrá serlo.