Lo que la línea oculta

Soledad Sevilla, ante su obra.
Bernardo Palomo

30 de septiembre 2015 - 05:00

SOLEDAD SEVILLA. Centro José Guerrero. Casa Horno de Oro. GRANADA

Si contemplar la obra de Soledad Sevilla es, siempre, una ocasión única para llenar los sentidos de máxima espiritualidad formal - estos son tan moldeables que cualquier asunto de cierta trascendencia es susceptible de insuflarle la más absoluta emoción-, la doble comparecencia de la artista valenciana, en esa Granada que tanto ha supuesto en su carrera artística y existencial, es una verdadera fortuna porque permite adentrarnos por algunos de los mejores registros creativos que han configurado la obra de esta creadora y que yuxtapone dos momentos creativos diferentes y alejados en el tiempo, pero que gozan de la misma poderosa intención tanto plástica como estética.

La exposición que se nos presenta en los dos espléndidos espacios granadinos, el Centro José Guerrero y la recién descubierta por mí Casa Morisca Horno de Oro, nos pone en la sintonía total de una artista muy especial, con un trabajo lleno de sentido, que marca las distancias con esa práctica tan habitual en la que sobresale, en exceso, lo mediocre, lo repetido y la falta de originalidad. Una muestra que no sólo es importante por ser protagonizada por tan esclarecedora autora sino, también, porque parte de aquellos momentos de finales de los años sesenta cuando, la entonces Universidad de Madrid , hoy Complutense, creó un Centro de Cálculo y puso en funcionamiento un ala de informática, con lo que el ordenador entró, por primera vez en España, en las conciencias de unos artistas -Soledad Sevilla junto a Elena Asíns, Manolo Barbadillo, Gerardo Delgado, Tomás García Asensio, Manolo Quejido y José María Yturralde- que son, sin lugar a dudas, los protagonistas auténticos del arte normativo en España.

El Centro de Arte que ocupa la antigua sede del diario Patria, es el lugar elegido para presentar las obras de los primeros momentos creativos de Soledad Sevilla; una obra esencial, con un relato geométrico coherente, buscando la incidencia espacial en los planos mediante la intersección de gamas cromáticas que, poco a poco, van convirtiéndose en meras retículas coloristas que van generando desarrollos visuales de gran equilibrio, ritmo y sutileza. En estos primeros dibujos, la artista valenciana se ciñe rigurosamente a la propia estructura de la línea, allí donde el rigor compositivo se hace evidente; color y grafía van trenzando una red modular llena de especialísimo sentido geométrico que parece poder expandirse ilimitadamente, incluso, hasta más allá de los soportes. Junto a los primeros dibujos, la exposición continúa con la serie de las Meninas, obras de los años ochenta, en las que Soledad Sevilla realiza un especial homenaje al cuadro velazqueño. Ahora se produce una superposición de tramas reticulares, creándose una entidad espacial que, rápidamente, nos lleva a pensar en esa enigmática estancia de la obra del genial pintor sevillano. La autora estructura diversos planos, todos con la línea reticular incidiendo sobre unos campos de color que enfatizan la distribución espacial y ahonda en el misterio que produce la referencia y abre unas nuevas perspectivas plásticas, siempre con ese rigor esquemático y de gran pureza que caracteriza la obra de una Soledad Sevilla, en aquella época, ya, absolutamente artista genial. En la serie sobre la Alhambra, la unidad racional sigue manteniendo esa estructura definida por la línea que, ahora, se hace mucho más sutil, generando espacios etéreos que transportan a los bellos límites de los recintos alhambreños.

Soledad Sevilla, tan vinculada siempre a Granada, vuelve a conducirnos por una obra que tiene mucho de todo cuanto su mirada captó en los misteriosos límites de una ciudad que no deja indiferente. Hoy como ayer, la obra de esta artista está viva y conjuga lo racional con lo espiritual, lo mediato con lo inmediato, la verdad con lo imaginado; todo mediante una obra que, siempre, crea la más absoluta emoción.

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