Sangre humillada
Maltrato y abandono de caballos
El 'boom' del mercado ecuestre que aupó los negocios de los tratantes se desmorona con la crisis al tiempo que aumentan los casos de abandono y maltrato
De hierro antiguo, con nobles sangres cruzadas, el caballo tordo abre sus patas en el área de un campo de fútbol rural, reventado, bañado de sangre y sudor, transpirando por no expirar, los ollares muy abiertos, respirando ronco. La batalla que acaba de librarse es la de un aristócrata contra un patán ebrio. No han podido con la rebeldía del animal las espuelas clavándose en los cuartos traseros, ni las serretas de hierro hincándose en su nariz, ni la fusta, ni los arreones contra las vallas. Sangra, sangra y sangra. Sangra por lugares inverosímiles, por la nariz, por los cascos. Y el sudor a chorros añade escozor. Ha sido domado por agotamiento. Cuando el jinete se ha bajado tambaleándose, maldiciendo, y ha hecho unas cuantas eses hasta la barra a buscar otro cubata, el caballo se ha desplomado en la derrota de su tortura. Ha sufrido una sesión de doma borracha. Ha medido su orgullo con un saco de alcohol.
Atardece en La Zarzuela, un pequeño asentamiento a unos pocos kilómetros del enclave turístico de Zahara de los Atunes, y se iluminan unas luces de verbena que coronan la nave en cuyo interior hay una barra de chapa donde expenden bebidas. Un centenar de personas, entre caballistas y lugareños, resiste a una jornada en la que el ron con coca cola ha corrido generosamente. Declina lo que figuraba en los carteles de los bares locales como un concurso de doma para aficionados. Y la luz tibia de las bombillas ilumina a un jinete de 120 kilos que sube a su grupa a otro de similar tonelaje y la yegua se bota hasta que se deshace del gordo que le aplasta los riñones; o a aquel otro borracho que golpea las patas del animal para que se venza y así bajar la montura a su nivel de fardo beodo. Suenan de fondo las risotadas de ginebra. El concurso languidece con torpes trotes de pencos.
Todo el mundo habla bien de Miguel Reina en Zahara. El fue el organizador de esta fiesta y se le nota apesadumbrado cuando se le pregunta por lo que pasó. Intenta quitarle hierro: "Pasó lo que pasa en todas las fiestas en las que hay caballos y un poco de alcohol. A este hombre el caballo, que era precioso, le hizo un extraño y la tomó con él. Se lo recriminamos, le dijimos que si quería castigarle que se fuese a su cuadra, pero que ese no era el lugar". Días después acudimos al lugar en el que se encuentra el caballo torturado. Tiene el animal una extraña mirada de desconfianza. Su rostro está surcado, en carne viva, por la herida que le dejó el uso de la serreta en la piel, una marca para toda la vida.
En la conversación con Miguel hay una frase que llama la atención: "pasó lo que pasa en todas las fiestas en en las que hay caballos y alcohol". La mayor concentración de caballos y alcohol que se produce a lo largo del año en España es la romería del Rocío. Un veterinario de Jerez que habitualmente acude para cuidar a los animales relata imágenes dantescas: "Son una minoría, pero hay romeros que parecen no entender que a un caballo sin entrenamiento no lo puedes llevar diez días a hacer un camino de jornadas agotadoras. Decenas de caballos vuelven exhaustos y cojos. Los sobrecargan, se les olvida quitar la montura por la noche y, por supuesto, el uso de la espuela y la serreta, que son elementos de castigo muy arraigados en Andalucía y que en Europa están casi desterrados, es lo habitual".
Dede la Federación Hípica de Andalucía se trata de combatir una secular y brutal forma de doma. Manuel Baena, vocal de doma vaquera de la Federación y juez en los concursos reglados, explica que "un moscardón que provoque una mota de sangre en un caballo provoca la descalificación del participante en una prueba de doma. La sangre está prohibida. Ni espuelas ni serretas. Poco a poco estamos concienciando a los jinetes de que se puede domar por las buenas. Otra cosa es que, como a cualquier niño, un caballo necesite de vez en cuando un azote, pero hay que acabar con esos castigos desproporcionados, el uso permanente de la fusta o las serretas de acero. Ahora hay nuevos instrumentos forrados que indican al caballo lo que tiene que hacer sin necesidad de herirle".
Los testigos que han relatado con crudeza la escena de La Zarzuela piden anonimato, pero esperan que la próxima vez alguien haga algo, ya que no lo hicieron ninguno de los cuarteles de la Guardia civil que la noche del concurso fueron avisados de que se estaba produciendo un delito. El maltrato animal es un delito. Así figura en el artículo 337 del Código Penal y se castiga con penas de tres meses de cárcel a un año si, como en este caso, se produce ensañamiento. Pero el artículo 337 no impide que en un claro de la urbanización Atlanterra, desde hace más de un mes, un jamelgo se encuentre amarrado a una argolla con una cuerda de unos diez metros. El círculo que puede trazar es todo su habitat, un extraño habitat de un animal abandonado rodeado de unifamiliares de alegres colores con el mar de fondo. Y el círculo ya está seco, el caballo ha comido todo lo que puede comer del suelo; le queda la arena. Una bañera con menos de un dedo de agua es su abrevadero. Podemos adivinar su biografía observándolo. Sabemos que tiene más de veinte años porque una X en el lomo es la marca de los équidos españoles que vivieron la epidemia de peste equina del 91. Sabemos por su hierro que fue un caballo militar. Y sabemos por sus cicatrices que ha sufrido, que ha sufrido mucho. En su nariz tiene la señal de la serreta, en las patas la de las trabas con las que aún, en algunos sitios, se amarra a los caballos para inmovilizarlos; los tendones también han sido trabajados con golpes. El final de sus días, que parece próximo - "no pasará de este invierno", nos ha dicho un vecino que se apiada de él y le lleva comida-, será éste, haciendo círculos por los límites de su cuerda.
No muy lejos, los vecinos de la urbanización Atlanterra Sol se despiertan cada día con el ruido de las coces desesperadas de los caballos de una cuadra colindante. Rodeando el complejo de edificios, nos topamos con una valla desde la que nos miran tres potros famélicos. Cuando se aburren de nosotros, se disputan un cardo seco, que es lo único que parece comestible en los alrededores, si entendemos un cardo seco como comestible. Este trío vive en el paraíso en comparación con sus compañeros. Franqueamos la valla para ver unos boxes minúsculos en los que enloquecen seis caballos que exhiben sus costillas entre moscas. El tamaño del lugar en el que se encuentran no da ni para recostarse. "¿De quién son estos caballos?", preguntamos a los trabajadores de mantenimiento de la urbanización. "De un tratante. Viene de vez en cuando, aunque hace tiempo que no le veo". Los tratantes, tratantes de todo, son comunes por aquí, han vivido del trueque hasta que el mercado se colapsó, como cualquier otro mercado y no hay casi nada con lo que tratar. Caballos como el viejo militar atado a la argolla son víctimas de esta situación. ¿Quién se preocupa de un caballo que no vale nada? Cada cierto tiempo pasa la furgoneta para recoger caballos inútiles con destino al matadero. Son vendidos como carne.
Una denuncia es posible que no llegue a ninguna parte. El pasado verano un propietario malagueño de 25 caballos de pura raza, a los que el Seprona encontró en 2008 desnutridos, con el vientre hinchado y tachonados de tumores, fue absuelto por la Audiencia provincial de maltrato al considerar que no había tenido intención de matarlos de hambre, sino que las circunstancias económicas le impedían alimentarlos. Cambió el grano por paja y el juez aceptó la justificación de que, al no poderlos vender, no podía alimentar a los demás. Un caso más sonado condenó un centenar de caballos a la inanición por una negligencia judicial. Cuando el juez Torres intervino las propiedades de Juan Antonio Roca en Marbella, el cerebro de uno de los (presuntos) mayores robos al erario público que se recuerda, no cayó en que entre esas propiedades había un centenar de pura sangres, animales vivos. Cuando nombró un administrador judicial, tres meses después, los caballos desfallecían, varios de ellos habían muerto y las úlceras se enseñoreaban en sus cuerpos.
Graciela ofrece rutas a caballo a los turistas de Zahara y relata una situación extensible a cualquier lugar: la crisis. "Hace unos años todo el mundo compraba caballos, para tenerlo para las niñas, para tenerlo para las romerías... Era un capricho. Pero han llegado las vacas flacas y alimentar a un caballo cuesta no menos de 60 euros al mes y buscarles un lugar saldrá por unos 150 euros. Nos es mucho dinero, pero, puestos a recortar gastos, el caballo es el que sobra. El resultado es que se está produciendo un problema con estos animales sin que a nadie parece importarle".
Virginia Márquez es una de las fundadoras de la asociación CYD Santa María, que mantiene en Coín un albergue para équidos maltratados o abandonados que ahora mismo se encuentra a al límite de su capacidad, con 50 animales. Reconoce estar alarmada ante la situación: "No estamos hablando de casos aislados, sino de un constante goteo de nuevos casos. Hace cinco años alertábamos de la descontrolada cría caballar que padecíamos, pero la crisis económica ha desbordado nuestras previsiones. Antes, en el albergue recogíamos esencialmente caballos maltratados o viejos, pero ahora tenemos las cuadras llenas de potros. Esto es un problema añadido. Antes se abandonaba a los viejos y estos se quedaban en la finca, esperando la muerte. Ahora no, ahora se abandonan potros y los potros no se quedan esperando la muerte, sino que se buscan la vida sumándose a manadas. Y cruzan las carreteras. Los datos apuntan a que durante el verano se producen cerca de 200 accidentes, de mayor o menor gravedad, en Andalucía relacionados con animales".
Rafael Trujillo es el principal ganadero de Zahara. Cuenta con medio centenar de ejemplares y asegura que el negocio, aunque menos que antes, se mueve. El trabaja con importantes cuadras andaluzas que demandan sus potros.Tiene buen cartel. En una escena idílica, sus potros, bien alimentados, están pastando a la sombra de un árbol con la arena blanca de la playa al fondo, donde se adivinan los últimos veraneantes. "Antes vendías un animal por 12.000 euros y, a lo mejor, ahora te tienes que conformar con 3.000", nos ha dicho una vez que le hemos convencido de que somos periodistas. El inicio de la conversación ha sido tenso. "A mí no me la pegáis, vosotros sois de la protectora de animales". Nos acreditamos como periodistas y se relaja: "¿Vienen de la protectora de animales mucho por aquí?" "No, en realidad no han venido nunca, pero que vengan, no escondo nada". "Aquí se trata a los caballos con más mimo que a los niños", apuntala uno de sus amigos que está siguiendo la conversación. El 'aquí' no es un lugar concreto porque es 'allí', muy cerca, donde hemos visto el miedo en la mirada de un animal humillado una tarde de septiembre en una farra de alcohol y caballos. Y ya sabemos quién sale perdiendo cuando se juntan las dos cosas.
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