Hacia al sol de medianoche: un viaje a las Svalbard

A bordo del 'MS Fram', el cronista narra un periplo en torno el archipiélago habitado más septentrional del planeta

El 'Fram' atraca en una bahía en las islas Svalbard.
León Lasa

viajes 3islas junto al polo norte, 29 de agosto 2015 - 01:00

Para quienes vivimos en latitudes, digamos, civilizadas, en aquellas en las que las noches y los días transcurren durante todo el año con una sucesión ordenada, con una duración que se extiende dentro de lo que entendemos como más o menos normal, desplazarnos a esos lugares helados que ya en la Antigüedad clásica alimentaban mitos y leyendas, constituye siempre una especie de aventura excitante: todo es nuevo, inesperado, diferente. Los paisajes que esperamos ver, las gentes -donde las haya-, la fauna, la luz siempre declinante, el color del mar, todo tan distinto que no puede sino, cuando menos, sorprendernos. Porque, insisto en ello, los que tenemos, vamos a decirlo así, el privilegio de vivir en regiones templadas, no podemos casi ni imaginar que haya zonas en las que el sol nunca se ponga en el horizonte durante los meses de verano y, tampoco, jamás asome en el firmamento durante los meses de invierno.

Todo ello ocurre por encima de esa línea imaginaria que delimita el Círculo Polar Ártico, a 66 grados y 33 minutos de latitud norte. Las islas Svalbard, que vamos a visitar, quedan mucho más allá, rondando los 80 grados. Cerca, muy cerca, del Polo Norte.

Por eso, quizá, desde un principio, reconozcamos lo más obvio, cuando se me propuso participar en una singladura alrededor de las islas Svalbard, o Spitsbergen, si ese nombre es más familiar, a bordo del navío MS Fram, de la compañía Hurtigruten (www.hurtigrutenspain.es) lo primero que tuve que hacer, una vez pasada la adrenalina de la inmediata excitación, fue echar mano del atlas, del mapa, de Google, de lo que fuera, para ubicarme ciertamente, a pesar de considerarme ducho en geografía y lugares ignotos. ¿Estaban esas islas, de las que sí había oído hablar en alguna ocasión, en el mar del Norte, aunque cerca de las costas escandinavas, como las Lofoten? ¿Se ubicaban un poco más arriba, ya en mares tenebrosos, pero a tiro de piedra del cabo Norte, la punta más septentrional de Europa? ¿O correspondía su localización a un lugar completamente desconocido? ¿Cómo llegaría hasta allí?

Cuando observé esos mapas me quedé anonadado. Me dijeron que las Svalbard eran el lugar habitado más septentrional del planeta, más cerca del Polo Norte, pero no me esperaba aquella localización extrema. El archipiélago ártico de las Svalbard se encontraba a casi 1.000 kilómetros al norte del punto más septentrional del continente europeo, y de allí al Polo, hablando en términos coloquiales, apenas había un paseo. Tendría que volar desde Oslo unas cuatro horas en dirección norte; y debería llevar ropa de abrigo. En pleno agosto podría alcanzar temperaturas de menos 5 grados. Guantes, botas, gorro y calcetines de lana no podían ser olvidados aunque al empaquetar la maleta, en el exterior, rondara los 40 grados. El MS Fram -bautizado con ese legendario nombre por el navío de Nansen y Amundsen, el conquistador del Polo Sur- llegaría de Groenlandia para realizar desde el diminuto puerto de Longyearbyen, una ruta de ocho días alrededor de un archipiélago que en toda su extensión podía ocupar una superficie parecida a la de Andalucía. Me habían asegurado que podríamos ver osos polares de casi mil kilos de peso, glaciares inmensos, icebergs azules, colonias de aves árticas, ballenas, morsas de colmillos gigantes y, si poníamos la imaginación suficiente, narvales de afiladas espadas. Poco a poco la preparación del viaje hacía crecer las ganas de llegar al destino y de comenzar la navegación. Aún tendría que demorar un par de vuelos largos y un aterrizaje difícil en la corta pista de Longyearbyen. Nada más tomar tierra y salir del aeropuerto, cuando pretendía hacer las primeras fotos de un paisaje espectacular, un civil armado con un rifle me aconsejó no alejarme de allí y tomar un taxi a Longyearbyen: un oso polar había sido visto merodeando hacía unas horas en los alrededores del aeropuerto. Le hice caso sin rechistar y me fui directo al pequeño hotel de Longyearbyen, poblado metálico de dos mil habitantes. El Fram partía al día siguiente y yo quería estar a bordo.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último