“Volver con Parkinson a los concursos de fotos fue un reto”

De Cerca | Joaquín Salinas D'Anglada

Una historia de superación: con miles de premios a sus espaldas, este artista creativo regresó con éxito a los certámenes internacionales cuando le detectaron una enfermedad que complica su afición

El fotógrafo Joaquín Salinas posa ante su equipo informático. / Jesús Marín

De madre gaditana, Joaquín Salinas D’Anglada nació en Murcia en 1956. Pero la querencia a la tierra materna ejerció su influencia y unos once años después la familia se trasladó a Cádiz. Estudió en el colegio San Felipe Neri y Magisterio en la Escuela Josefina Pascual, título que no llegó a ejercer porque sus caminos lo llevaron a la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, donde ha trabajado hasta su jubilación. Sobre 1979, Joaquín Salinas comienza su aventura fotográfica, una apuesta por la fotografía creativa y artística que le ha deparado miles de premios en salones internacionales y que ha recuperado con más fuerza si cabe, como un reto, poco después de que se le diagnosticara un Parkinson que complica el ejercicio de su afición, pero no le ha impedido multiplicar sus premios.

—¿Cómo entra Joaquín Salinas en el mundo de la fotografía?

—Un día que fui al Coto de Doñana y, desde una torreta de observación, fotografié al amanecer una imagen con ciervos, una diapositiva, y quedé tan impresionado con esas imágenes, me impactaron tanto, que he llegado hasta hoy.

—¿Hasta entonces no se había sentido atraído por las fotos?

—No, no. Incluso mi padre era aficionado a la fotografía y tenía un pequeño estudio de Agfa, un pequeño laboratorio, e intentó inculcarme lo bonita que era la fotografía, pero no lo lograba. Hasta regaló el pequeño laboratorio a un vecino. Y meses después, me surgió la afición de manera espontánea, y recuerdo que fui a Óptica Malet y me gasté todo el dinero que tenía ahorrado en un equipo para hacer fotos en diapositivas. Ya en 1980 conocí a Kiki, y me metí en revelar blanco y negro.

—¿Tuvo laboratorio propio?

—En casa tengo uno muy chico.

—Aprendió a revelar, claro.

—Sí, tanto fotografías como diapositivas. Todo lo hacía yo, incluso los cuadros que tengo en casa con las fotografías enmarcadas. Todo está hecho por mí.

—¿Le dio muchas frustraciones ese cuarto oscuro de revelado?

—Bueno, conté con los consejos de Kiki, que ya estaba experimentado en la materia. Recuerdo aquellas escenas en el laboratorio con Carmen, su mujer, con todo el proceso del revelado y tirando copias corriendo para llevarlas al Diario. Nos une desde entonces una gran amistad.

—¿Desde un principio se interesó por la fotografía artística?

—Siempre me ha interesado la fotografía artística, de retrato, de desnudos, el fotomontaje... La fotografía creativa es lo que más me llamaba la atención.

—¿Se considera autodidacta?

—Soy totalmente autodidacta, sin ningún tipo de formación. Eso sí, yo compraba todas las revistas de fotografía que había en el mercado. Las devoraba todas. Aprendí mucho así, de manera autodidacta. Le dedicas muchas horas a la fotografía y eso es lo que te da experiencia, lo que te hace avanzar.

—Es curioso cómo un instante, el de los ciervos en Doñana, puede cambiar la vida.

—Sí. Supongo que era una cosa que estaba latente y eso lo despertó. Fue una gran imagen, era como estar en medio de África, era increíble. Quedé impactado.

—¿Llegó a conocer su padre su dedicación a la fotografía?

—Sí, vivió hasta 1990. Pudo disfrutar de eso.

—Igual se arrepintió de regalar el pequeño laboratorio...

—(Ríe). Bueno, era muy sencillo. Y yo, siempre que he podido, me he intentado rodear de los mejores materiales.

—¿Tuvo estudio alguna vez?

—No, siempre en casa. Es que la fotografía profesional y la fotografía artística siempre van, no reñidas, pero... Cuando tienes que hacer la fotografía por encargo, por dinero o un día determinado, en unas condiciones determinadas... Ganas dinero con la fotografía, vives de la fotografía, pero son raras las excepciones en las que puedes desarrollar una faceta artística porque estás muy saturado durante la semana.

—Su producción está repleta de retratos femeninos y desnudos.

—Siempre. A mí me interesaban los retratos, y yo hablaba con las modelos y acordaba los desnudos si los veía artísticos, siempre los hice así, con respeto y autorizado. Eran modelos de Cádiz, algunas se fueron a Madrid a seguir su carrera.

—¿Sigue manteniendo contactos con esas modelos?

—Sí, sí, y a algunas les sigo haciendo fotos de la segunda generación, es muy curioso. Han tenido a sus hijas, que son modelos, vienen con ellas y hago fotos a las dos. Incluso puede que haya una tercera generación... La verdad es que todas han quedado contentas conmigo, porque siempre que se trataba de hacer un desnudo la modelo era lo fundamental, siempre con el permiso de ella y siempre con el compromiso de cuidar su imagen. Siempre con el máximo respeto.

—También tiene fotografías de exteriores.

—Muchas. Del segundo puente de la Bahía, festivales aéreos, festivales de globos aerostáticos, campeonatos de motonáutica. Toco todos los tipos de fotografía, excepto la del reportaje social, que me gusta bastante pero no lo hago.

—No se ha sentido llamado.

—No creo que deba ser llamado, creo que cada uno tiene su área, su preparación y se le da mejor una cosa que otra.

—¿Es más importante la creatividad o la técnica?

—La creatividad es muy importante. Pero si se tiene mucha creatividad y no se tiene una técnica depurada, no puedes llevar a cabo tus proyectos. Puedes tener muchas ideas creativas, pero si no sabes plasmarlas en unos mínimos conocimientos técnicos... Igual que la técnica sin creatividad no lleva a grandes cosas.

—¿Cuándo se empieza a plantear enviar fotos a concursos, a los salones internacionales?

—Pronto. Participo por primera vez en un concurso en 1986, casi como un aficionado. Fue en el concurso nacional San Ignacio de Cádiz; logré el primer premio en diapositivas y eso me animó. En 1988 pasé a la fotografía internacional.

—Estamos hablando de miles de premios logrados desde entonces en los cinco continentes.

—Sí, sí. Me pueden llegar de manera simultánea desde Nueva York, la India o Nepal, más de mil. Medallas de Oro tengo alrededor de 250. En un salón internacional de Chile, el de la Sociedad Fotográfica de Chile por ejemplo, voy acumulando premios y soy el primer español y el 25 en el ranking mundial.

—Esto da prestigio. ¿Y dinero?

—No, esto está reñido totalmente con el dinero. Me cuesta a mí, que tengo una partida de gastos dedicada a la fotografía, como al que le gusta cualquier otra afición. Nunca lo he hecho por dinero. El éxito que he logrado ha sido por hacer la fotografía que me gusta, el día que me gusta, una libertad total.

—¿Siempre se ha dedicado al fotomontaje, incluso antes de la llegada del digital?

—Siempre. Fui de los pioneros del fotomontaje. En 1991, logré con una fotografía el primer premio digital en un concurso en Estados Unidos, en Houston, pero no era digital, estaba hecha a mano. Con esa foto obtuve muchos premios.

—¿Cómo fue su transición a la fotografía digital?

—Allá por el año 2004, 2005, los fotógrafos estábamos perdidos. Estábamos acostumbrados al laboratorio, al revelado en blanco y negro, que era como se concursaba. De pronto, vino el digital y fue todo una revolución. Recuerdo que hice un pedido grande de material fotográfico, analógico, al mismo tiempo que me compré una cámara digital. Y cuando vi lo que era..., ahí tengo el cajón con todo lo que compré, como si fuera el túnel del tiempo. Ahí se quedaron desde entonces. La fotografía digital tiene unos recursos a los que no llega la fotografía analógica. Otra cosa es el mérito; para ser un buen fotógrafo analógico hacen falta unos conocimientos extensos de fotografía. Y el digital, a mi manera de entender, te perdona más los fallos, te da oportunidades.

—Y los concursos empezaron a ser distintos.

—Claro, recuerdo aquellos paquetes que mandaba con las diapositivas metidas en unos marcos de cristal, las fotos pendiente de que no se estropearan con el envío... Ahora todo llega y todo se envía a través del ordenador.

Además, cuando surgió el tema informático hay una figura que es muy importante para mí: Manuel Quintanilla, informático, con quien trabajo conjuntamente todo el tema de los concursos internacionales para subirlos a las bases de datos. Su apoyo informático es indispensable, es una pieza clave.

—¿Se imaginó alguna vez Joaquín Salinas que llegaríamos a hacer fotos con un teléfono?

—(Piensa). Sí, pero no de la calidad tan inmensa con las que se hacen hoy en día. Yo documento todas las medallas que me llegan y las voy fotografiando con el móvil, que es más rápido y tiene en cuenta todos los factores que necesito para hacer ese tipo de fotos. Para las fotografías artísticas no lo uso porque soy muy perfeccionista, y la calidad que busco no la da el móvil.

—¿Está de acuerdo con que una foto vale más que mil palabras?

—Sí, la verdad es que sí. Yo te puedo explicar una foto de muchas maneras, pero la mejor es verla.

—¿Nunca ha acompañado sus fotografías, en exposiciones por ejemplo, de textos?

—No. Creo que una foto habla por sí sola. A veces he visto que junto a fotos de modelos se pone una poesía, pero no he visto que me guste. Mejor que cada espectador dialogue con la imagen o que me pregunten.

—¿Sería capaz de decirme de qué fotografía está más satisfecho?

—Una sola es muy difícil, tengo mis preferidas que se ven en los concursos, donde participo en varias categorías y envío las fotos de las que más me siento satisfecho. Me guío más por el estilo, y el retrato es lo que más éxito me ha dado, es con lo que más me identifico, en captar la expresión de cada persona.

—¿Y algún concurso preferido?

—Uno de los que más ilusión me hizo fue el de Nueva York, donde me eligieron mejor fotógrafo absoluto en la categoría de blanco y negro en 2020. Muchos premios han venido desde ese año, con 13.000 fotos finalistas, 9.000 diplomas y más de 1.000 premios entre los que se cuentan las medallas de oro.

—¿Y antes?

—Sí, muchos premios también, pero tuve un parón en 2005. El trabajo, una enfermedad que me surgió..., y paré los concursos después incluso de haber logrado muchos premios, incluso logré en Estados Unidos un galardón de fotógrafo cinco estrellas, casi lo máximo que había por entonces, y muchas medallas de oro.

—Volvió en 2020.

—Cuando me jubilé y me detectaron la enfermedad de Parkinson, decidí regresar al mundo de los premios. Ser fotógrafo y sacar todos esos premios tiene mérito, pero sacar esos premios teniendo Parkinson es muy difícil, creo que tiene muchísimo más mérito. Porque hay fotos que no puedo hacer porque no me puedo desplazar mucho, estoy más limitado y el mérito es doble. Hacer fotos del campeonato de España de motonáutica con Parkinson... Mi día a día es muy complicado.

—¿Volvió a los premios como un reto?

—Sí, sí. Se dieron una serie de circunstancias curiosas. Un amigo me dijo que no volvería a ganar los premios de antes por la competencia que había en el panorama internacional, me dijo que demostrara que sería capaz de hacerlo, y ahí están los más de 1.000 premios desde 2020. Todo eso y el Parkinson, para el que es conveniente tener una actividad, me hicieron poner en marcha la maquinaria de los concursos. Y me metí de lleno, volví a los concursos como un reto, para ver si mi fotografía de ahora era capaz de hacerlo. No por presunción, sino como una forma de superación.

—Se podía haber quedado en el salón de su casa o paseando por la Bahía.

—Era lo más cómodo. De hecho, mis jornadas fotográficas son duras, con cinco o seis horas ante el ordenador, con una medicación fuerte. Paro cuando el Parkinson me recuerda que está aquí. Creo que puede haber personas que están en las mismas circunstancias. Es una enfermedad que cuando te enteras que la tienes, te vienes abajo, pierdes la ilusión por las cosas y ese es el peor de los tratamientos; el mejor es ilusionarse con algo, mantenerte activo y siempre con una actitud positiva. Los premios tienen mérito porque es un concurso mundial y yo parto con una desventaja muy grande.

—Y hacerlo desde Cádiz...

—Es muy difícil porque no recibes ayuda de nada, es una iniciativa personal. Y he llevado el nombre de Cádiz a más de 500 salones internacionales en los dos últimos años.

—¿Y esta ciudad es tan fotogénica?

—Sí, hay muchos rincones.

—¿El mejor?

—Hay algunos muy bonitos pero están muy trillados, como La Caleta, pero creo que lo más espectacular ahora mismo es el puente, que tiene de hecho la medalla de oro en la India por la foto a la mejor obra arquitectónica del mundo. Esa foto ha llegado muy lejos, tiene varios premios.

—Ha llevado por el mundo el nombre de Cádiz y también su imagen.

—Sí, y además con éxito. El otro día, en un solo salón de India, saqué seis medallas de oro y cien diplomas.

—¿Y de cara al futuro?

—Tengo el proyecto a corto plazo de hacer una página web y que, de alguna manera, las fotografías puedan llegar a todo el mundo y que si generan ingresos, fueran destinados exclusivamente a alguna entidad para la investigación del Parkinson. Yo nunca he hecho las fotos por dinero.

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