La verdad

Si la verdad es lo que dice el que manda no le va a quedar más remedio al mandamás que mandar mucho y mal

Un poema de Juan Bonilla describía nuestros tiempos y remataba con este verso redondo: “Y La Verdad es un periódico de Murcia”. Todavía sería peor si la verdad fuese un eslogan del Gobierno. Sánchez remató su semana de presunta indecisión con una voluta sospechosa: debido al apoyo masivo que había tenido (que es mentira que lo tuviese) se va a quedar a luchar por la verdad en la vida pública.

La paradoja presidencial nos sitúa en el centro exacto del debate actual. Pero no sólo político: también social y filosófico. El relativismo nos empuja a cuestionar toda verdad en todo campo, pero luego la vida misma nos exige la existencia de la verdad para poder luchar contra las fake news o contra la demagogia.

El problema para Sánchez (o para nosotros si Sánchez impone su visión) es que la verdad verdadera no puede ser de parte. Frente al machadiano: “¿Tu verdad? No. La verdad/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela”, nos quieren hacer bailar al ritmo de esta otra soleá: “¿La verdad? No. La verdad/ que convenga al presidente/ en cada eventualidad”. Los que postulan que hace falta un golpe de timón para acallar a los medios faltones y maniatar a los jueces diligentes dicen que lo harán en aras de la verdad, pero ni demuestran que los medios hayan mentido ni que los jueces no tengan indicios racionales para investigar ni quieren asumir el método contradictorio, la libertad de expresión y la separación de poderes, que son los únicos caminos para contrastar la verdad.

Es peligroso que se imponga la epistemología del poder. Si la verdad es lo que dice el que manda no le va a quedar más remedio al mandamás que mandar mucho y mal y contra todos.

En realidad, se abre una ventana de oportunidad. Viendo unos y otros que sin la verdad no se puede vivir y que hasta el presidente Sánchez, con su mandíbula de hierro, encaja mal su ausencia, debería imponerse un pacto social contra el relativismo, el ventajismo y la frivolidad. No sería difícil. Bastan una intolerancia contra la mentira la diga quien la diga; un respeto sacro de cualquier verdad, sin leyes de la memoria histórica que valgan ni cancelaciones de la biología; y una atención crítica a los postulados de los demás, sin prejuicios ni censuras previas.

Eso sí que sería un punto y aparte. Vendernos la verdad a beneficio de inventario y a conveniencia de parte es colarnos una mentira muy peligrosa. Si verdad, vale, de verdad.

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