La Rayuela
Lola Quero
Los herederos de España
perversiones gastronómicas
Isabel Allende es contundente: "La glotonería es un camino recto hacia la lujuria y si se avanza un poco más, a la perdición del alma", en Afrodita un libro indispensable para el buen gourmet. La carne es un magnífico camino hacia la sensualidad. No en vano la tradición judeocristiana la consideró un lujo que ha venido prohibiendo en la cuaresma. Tanta prohibición, tanto pecado y tanta abstinencia han convertido a la carne en un símbolo demasiado atractivo y sugerente para los infieles y para los creyentes por mucho que los respetados vegetarianos defiendan lo contrario.
Hay que creer en el poder seductor de la carne como un placer libinidoso lleno de matices sutiles y de pecados cuaresmales. En época de carnestolendas (del latín, carnaval) no hay mejor bocado que un festín de suculentos asados. Y en la ciudad ya tenemos un espacio escénico que quiere reivindicar nuestra vaca de retinto, el jarrete de toda la vida que se nos pone en bandeja cual exquisito plato argentino, chileno o italiano al gusto milanés. Un restaurante atrevido que ha sido capaz de crear un nuevo concepto y de entender la gastronomía especialista en carnes: Ossobuco.
El establecimiento se encuentra situado en la Avenida Cayetano de Toro y evoca el aroma de la carnicería antigua y la de espectáculo, como si se trasladases a las Vegas. Asistimos a un show de vacas libres y playeras conjugando la tradición carnívora americana con nuestra raza más autóctona y con las raíces de su entronización: la cocina argentina, chilena y originariamente la italiana al más puro sabor milanés.
No se pueden perder el solomillo gallego con queso azul, las costillas, el lomo bajo, el entrecot, la fondue de carnes, el steaktartar de retinta y el rissotto con ossobuco. A precios muy asequibles en un entorno especialmente decorado gracias al criterio de su promotor, Emilio Cueto y con la ayuda del creativo Salva García-Ripoll de la agencia Salvartes, diseñador del perfume que representa a Cádiz, Tarumba o de originales portadas de libros de la Isla de Siltolá que llegarán pronto a las librerías.
Ossobuco, el restaurante que hoy nos ocupa, mantiene dos estancias bien diferenciadas, una tapería con una barra a la entrada y una sala diáfana, clara y espaciosa llena de posibilidades donde reina la quietud y el buen gusto.
Algunos instantes pueden recordarnos al mítico pueblo tunecino Sidi Bou Said que hechizó a tantos escritores, músicos y pintores. Ese poder civilizador del mediterráneo también es capaz de encontrarse en este espacio que guarda su secreto en el sueño. Las carnes duermen en sus salsas para llevarnos a descubrir nuevos sabores. Marinar se vuelve arte y con Ossobuco, la Avenida también huele a soja, miel y jengibre. Como escribiría Neruda:
"… con el aroma que amo/ de la cocina que tal vez no tendremos/ y en tu mano entre las papas fritas/ y tu boca cantando en invierno/ mientras llega el asado/ serían para mí/ la de la felicidad sobre la tierra".
El resultado de Ossobuco se convierte en una experiencia divertida, magnética, y cautivadora, un rincón gastronómico donde se cuida la cocción, donde se mezclan conceptos, donde el verbo se hace carne y donde se disfruta el vino. Pierdan su alma. Disfruten Ossobuco.
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