El Puerto Accidente de tráfico: vuelca un camión que transportaba placas solares

El alambique

Alicia / Ríos

Un puerto sin vistas

EL tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos pero el estupor yo lo reflejo continuamente al intentar pasear por el puerto deportivo. Recuerdo hace mucho que se le denominaba con sorna a Puerto Sherry 'puerto churri' porque no había por donde cogerlo. A los primeros pobladores que se instalaron hace ya la friolera de más de 20 años les vendieron una moto que no se correspondía para nada con las maravillosas características que ofertaba el catálogo. Estos empresarios han bandeado todo el temporal con una dignidad espartana. La única y exclusiva realidad del asentamiento hostelero allí afincado es la disponibilidad del magno océano y del sol que brilla la mayor parte del año. Pero las clemencias de nuestro clima en este punto geográfico no da de comer, bueno quizás de sólo para comer, porque aún los días más espléndidos del año no arreglan las cuentas de los malparados ingresos de otras jornadas no tan buenas.

Al margen de la triste realidad que ha rodeado la construcción del puerto en cuanto a la fantasma financiación, a la huida de los capitales, a la lucha ecológica contra su instalación, al cambio exuberante de la costa, de gobiernos locales y otras zarandajas, la construcción de las instalaciones comunes del pueblo marinero no se hizo con acierto, por no decir con total ausencia de cordura urbanística. ¿Cómo se pudo construir esa única calle de doble dirección, también peatonal y paseo marítimo? Es imposible combinar tanto uso en tan escaso espacio. No se puede transitar ni en coche ni a pie. No es un paseo relajado en el que puedas disfrutar de las vistas, andar o hacer deporte porque la estrechez de la calle multiuso te obliga a sortear continuamente coches y peatones en dirección contraria. Eso sin contar los carritos de niños y discapacitados físicos que circulan con inestimable peligrosidad.

Para más inri, los pescadores que con o sin permiso de pesca tiran sus cañas al Atlántico se olvidan, a veces, sus anzuelos en el valla-banco de piedra y cualquiera, yo entre ellos, que intenta hacerse una foto de ensueño con un azulísimo fondo para ponerla en el mueble del salón, se clava sin piedad un anzuelo en la palma de la malo ¡Ay, qué dolor! Por todo.

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