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La política da miedo

La falta de interés y de coraje a la hora de participar en la esfera pública viene a ahondar en la crisis de los partidos

Por más encuestas precocinadas que se publiquen en Cádiz es difícil predecir quién ganará las próximas elecciones. Las mayorías absolutas están más cotizadas que los huevos de campo y aún no sabemos ni quiénes serán los candidatos. La política da hoy tanto miedo que la vocación pública brilla por su ausencia. El desgaste en la gestión es tan evidente que nadie con dos dedos de frente -y no digamos si tiene la vida resuelta- muestra excesivo entusiasmo por trabajar en lo público. Encima tenemos la piel tan fina que cualquiera que se presenta nos parece un mediocre que algo oscuro persigue al dar un paso al frente. Ni nos mojamos ni dejamos que otros lo intenten sin criticarlos. Desde nuestro púlpito, en la actualidad no sabemos valorar como merecen a aquellos que nos representan. Y más nos vale que no sean todos tan grises como los vemos porque no dejan de ser el espejo en que nos miramos. En lugar de ponernos en su pellejo es mucho más fácil lapidarlos en el paredón. Si a esto añadimos que la sociedad está tan tensionada por culpa de las redes sociales, es natural que nadie levante la mano voluntariamente, aunque candidatos preparados nos sobren a diestro y siniestro. El descrédito de los partidos, el sectarismo de sus líderes, la crispación y la falta de fuste de nuestros políticos tienen mucho que ver con la huida de los auténticos líderes de la esfera pública. Pero tendremos que preguntarnos -aunque sea una vez- por qué los catedráticos, abogados del Estado y los profesionales de prestigio, que antaño atendían a la llamada de sus vecinos para echar una mano, hoy no cogen ni el teléfono. Aunque no nos falten razones de vez en cuando para censurar a la clase dirigente con razón, como pasó en la esperpéntica votación de la reforma laboral, hay que admitir que se nos da mejor el toreo de salón que arrimar el hombro. Si en la actualidad ya tiene mérito abandonar una reunión sin ser criticado, triunfar en la política empieza a estar más que complicado. No hay un solo dirigente que nos guste y mucho menos un partido que nos llame la atención. Todos son iguales, nos decimos. Y esta falta de interés ahonda en la crisis que padecen los partidos. La clase dirigente se ve sometida a una presión que no está pagada y se nota. Kichi ha sido el primero en avisar de que no quiere seguir soportando sobre sus espaldas los problemas de los gaditanos. Tampoco su socio Martín Vila está por la labor. Si los sillones del poder le queman a nuestros gobernantes, en la oposición ocurre lo mismo. A José Pacheco, ungido por el PSOE para ser candidato, no se le ve convencido tras el episodio de la tanqueta. Y Bruno García, a pesar de los guiños que ayer le lanzaron desde el mismo PP, sigue sin dar el paso aducienciendo el calendario electoral del partido. De esta guisa, los rumores sobre las posibilidades más exóticas suenen cada vez con más fuerza. Los únicos que no fallan nunca son los que convirtieron la política en un oficio hace décadas. Los profesionales. Nada que ver con el noble arte de la política.

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