La nueva religión

La religión ha desaparecido, pero la han sustituido unas sectas ideológicas más intransigentes que cualquier dogma cristiano

Vivimos tiempos extraños. Derribamos estatuas de gente que ni siquiera sabemos quiénes son. Gritamos en la calle a favor de personas de las que en el fondo no sabemos nada y de la que tampoco queremos saber nada. Nos arrodillamos pidiendo perdón por cosas que no hemos hecho ni jamás se nos han pasado por la cabeza. Y sobre todo nos sentimos culpables, afrentosamente culpables, y eso nos inspira una especie de morbosa satisfacción erótica. De hecho, protestar, gemir y sentirse víctima se ha convertido en el nuevo afrodisíaco moral de estos tiempos. No hay nada que nos excite más ni que alimente más nuestro ego -ya de por sí desmesurado- que hacernos creer personas pisoteadas por no se sabe qué afrentosos hechos del pasado.

Cuando creíamos que la religión había desaparecido de nuestras vidas, resulta que se ha reencarnado en forma de nuevos cultos ideológicos que nos exigen mucha más obediencia servil que hasta la más rigorista de las sectas cristianas. Quizá, después de todo, el ser humano es incapaz de vivir sin alguna clase de fe religiosa, y cuando la religión ha desaparecido de Occidente, la han venido a sustituir toda una serie de sectas ideológicas que postulan una visión mil veces más intransigente que cualquier dogma de la iglesia católica. El veganismo, la lucha contra el cambio climático, el animalismo, la militancia contra el "racismo institucional", el credo "antifa" o las formas más dogmáticas del feminismo no son sino versiones posmodernas de un mismo culto idolátrico que exige sumisión absoluta. Por supuesto que hay muchas razones para defender estas ideas, pero el nivel de fanatismo y de desprecio por los hechos que exhiben estos creyentes son los mismos que afectan a los adeptos de una secta religiosa. Y luego está, por supuesto, esa nueva fe "interseccional" traída de las universidades USA que agrupa todos estos credos dispersos en una única religión verdadera.

Hace treinta años pensábamos, ingenuos de nosotros, que nos iba a tocar vivir en una época hedonista, feliz, racionalista y medianamente tolerante con las ideas ajenas. Estamos comprobando que aquel ensueño estaba equivocado. Nos ha tocado vivir -estamos entrando en ella- en una tétrica era de fanáticos que odian la vida y la felicidad y sólo saben sentirse a gusto con la culpa y el resentimiento. Mal asunto.

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