Confabulario
Manuel Gregorio González
Retrocediendo
De poco un todo
Dudo que Damian Stayne, fundador de Cor et Lumen Christi y promotor de la iniciativa, o alguien de la Conferencia Episcopal británica leyese mi artículo "O zombis o santos", publicado aquí hace tres o cuatro años. Lo que les ha inspirado a aconsejar que los niños se disfracen de santos para celebrar el Halloween no ha sido la rima con la que yo remataba entonces aquella columna: "La imagen de los zombis / asusta porque es cierta. / Que hay muertos y que andan / lo sé por experiencia. // Por esperanza sé / también -y me reanima- / que la resurrección / es la otra alternativa".
Si a esos señores ingleses se les ha ocurrido apelar a la misma disyuntiva, será porque, por fortuna, existe. En España, quiero decir, en la Iglesia española, representada por el secretario técnico de la Comisión Episcopal de Liturgia, el padre Juan María Canals Casas, ha gustado la iniciativa, y se ha animado también al disfraz de santo.
Los medios se han apresurado, como era de esperar, a ridiculizar la cosa. Y la verdad es que hay algo en lo del disfraz que lo pone fácil. Quizá que la santidad no puede ser nunca un disfraz sin dar ipso facto en hipocresía. Santo hay que serlo, si se puede, o intentarlo, y mejor de incógnito. En cambio, disfrazarse de muerto o de bruja o de cualquier bicho repugnante tiene su fondo de gracia porque uno se disfraza, precisamente, de lo que, gracias a Dios, no es. Aunque por culpa de Freud y compañeros psicoanalistas, también sabemos que el disfraz proyecta nuestras ocultas ansias. Los disfraces son a la vez festivos (uf, no somos esto) e inquietantes (pero, ¿por qué escogimos éste, por qué?).
Con todo, lo más interesante de la iniciativa británica es lo que no se ha dicho, como suele ocurrir. De las múltiples actividades que proponen, englobadas dentro del lema Night of Light (Noche de luz), el disfraz de santo de los niños es una más y no la más importante. Las otras pasan por recordar el origen netamente cristiano del Halloween, que viene de All Hallows Eve, o sea, la víspera de Todos los Santos. Proponen, en consecuencia, una vigilia de oración o una adoración eucarística, ir a Misa, llevar una prenda blanca en recuerdo de la esperanza de la Resurrección y, para los niños, diversión, centrada en la luz (animan a encender velas mientras se cena, por ejemplo) y en la alegría. En resumen, hacer oídos sordos a lo sórdido.
Hubo un tiempo en que a la Iglesia se le afeaba su costumbre de recordar la muerte, y se le calló la boca. Sin embargo, por mucho que se la intente desterrar, la muerte, insoslayable, regresa y en Halloween lo hace desenterrada y con toda la oscuridad a cuestas que le echaron encima los que la temían tanto. En el peor de los casos, si esta noche se nos vuelve a llenar de brujas y esqueletos y disfraces horrorosos o horripilantes, nos servirá para añorar una visión más luminosa de la vida y de la muerte.
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