Cada vez son más las grandes superficies comerciales que empiezan a sustituir sus cajas de cobro, atendidas de manera individual por una persona, por esas cajas automáticas en las que, escáner en mano, el comprador puede pasar sus artículos y abonar su compra sin tener que hablar con nadie. Debe ser la ventaja de lo impersonal, la tranquila soledad del cliente, lo que mueve a las empresas a ir implantando una medida que, en el futuro, les permitirá recortar algún que otro puesto de trabajo. O el empeño de los bancos en ir eliminando el trato directo con el cliente a través de la ventanilla, con la obligación de usar cajero para los reintegros sin importar la edad del usuario o sus reticencias con la tecnología. La sociedad impone este modo impersonal de relacionarse, que llega incluso a las llamadas telefónicas a ciertas empresas y que son atendidas, de principio a fin, por una máquina. Con tal de no escuchar al cliente, lo que sea.

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