Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

NI siquiera ella lo sabe, pero lleva ganadas más de mil batallas. Les ha ganado a los que miran a la gente según su apellido, su cuenta bancaria o el lugar en el que viven, porque para ella todo el mundo es igual y todo el mundo merece el mismo trato e idéntico respeto. Por lo mismo, les ganó la emboscada a los que viven para la ostentación, el postureo y la marca cara, simplemente haciendo uso de su arsenal de sencillez y humildad. Venció a los de la comida rápida y a los de comer para salir del paso, haciendo de la cocina un inconmensurable acto de amor (no hay día aún que no salga de su casa sin un suministro de croquetas, de albóndigas o de sopa de tomate con hierbabuena). Sí, ella -tenemos esa suerte- todavía tiene siempre caldo en la nevera. Nos enseñó a cuidar cuidando y a querer, queriendo; haciendo del ejemplo silencioso la estrategia educativa más eficaz de la historia. Una mirada suya siempre me bastó para saber cómo tenía que comportarme cuando íbamos de visita y su perdón permanente me demostró que la autoridad marcial sin benevolencia no es más que maldad. Desde su matriarcado sutil, no le hicieron falta palabras para enseñarnos que la familia se agosta si no se construye, se restaura y se alimenta a cada paso y que siempre estará ahí cuando todo lo demás nos falle. A sus hijas, nos empoderó como mujeres que amaran, pero nunca dependieran. Si algo se le pide, no existe para ella el no. Ahora, sobrevive como puede a la peor de sus batallas, en la que el cáncer se llevó a mi hermana. Aguanta en pie, dolorida e incombustible. Metáfora vívida de la vida: lo mismo llora a ratos que, cuando llegan, les ríe las gracias a sus bisnietos.

Generala de los ejércitos sin balas, vence a los del "Gibraltar, español" en cuanto cuenta su vida y, con su torrente caudaloso de intuición, deja avergonzada a esa España oscura y cruenta de la posguerra que frenó sus ansias de aprender en la primaria. Si hubiera podido estudiar, como pudieron hacerlo los niños de los ricos, no puedo ni imaginar adónde hubiera llegado. Bruja, pienso que es, por lo que sabe sin haber estudiado. En cambio, la pusieron en una escuela para aprender a bordar.

¡Qué lista! Incomprensiblemente, hizo hijas antitaurinas de un padre aficionado a los toros. Sin prohibir nada, mientras en casa se veían por la tele las corridas, le bastaba una frase corta y clara, dicha en el momento oportuno, para censurar a los que disfrutan con la crueldad. Luego, abonó esa minúscula semilla con su ejemplo de amor a la naturaleza, a los animales, a las plantas…

Por vencer, ha vencido a los noventa y les sigue sumando añadas que en su prole atesoramos como si se tratara del mejor vino. A veces pienso que, en realidad, llevo toda mi vida intentando parecerme a ella y gestionando, como puedo, esta tarea de ponerme metas tamañamente inalcanzables.

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