
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
¿Por qué me matas?
Cambio de sentido
Por caprichos de la morfología, a José Mujica le profesaba un cariño casi familiar: el ex presidente y mi señor padre guardaban un parecido pasmoso, tanto anatómico como en el torpe aliño indumentario. No –no solo– por eso me violentaron las fotos de Mujica saltándome en las redes al abrirlas el día de su fallecimiento, sino porque sostengo (y he sufrido cuando he perdido a algún amigo) que Facebook, X o Instagram no son sitios para conocer sin anestesia –y con vivo retrato del finado– la muerte de absolutamente nadie. Mujica ha sido un referente moral y político para muchas personas. Siempre habrá quien se esfuerce en buscarle a su figura la fisura, y por supuesto la encuentre (etimológicamente, el que pretende defenestrar no necesita motivos, sino ventanas). Mas sostengo que no es imprescindible estar adscrito a su ideario para reconocer en Mujica un ejemplo de dignidad y coherencia –que es, justamente, lo que echamos en falta (y por supuesto se lo recriminamos) a no pocos políticos autodenominados de izquierdas–. En eso –en la integridad–, la figura de Mujica guarda efectivamente relación con la del papa Francisco, y de ahí que el aura de ambos sea transversal (con perdón del palabro) y que esa transversalidad le toque las narices a quien añore cada cosa y a cada cual, con sus creencias e ideologías, en su sitio.
Sostengo que –cada uno, Francisco y Pepe, en sus respectivos ámbitos– acaban de irse los dos únicos líderes que quedaban con auctoritas, y no solo con potestas. No queda ni uno, cuando eso es exactamente lo que más necesitamos, líderes a los que el poder no les haya desalmado ni desdibujado el rostro. Hubo otro tiempo, hecho de otra pasta, que a pesar de los pesares los hubo. Son de sobra conocidos y reconocidos: Martin Luther King, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, y otros y otras tantas de ámbitos más locales, cuyo ejemplo ha hecho tanto bien como mal hacen esos otros dirigentes que siembran lo abyecto, la infamia, la desfachatez y la mentira allá por donde van. Lo llamativo de estos tiempos raros, es que estos últimos (los tenemos en el mundo de todos los colores políticos) no se cortan un pelo; antes bien, cuanto más hacen gala de su ignorancia, crueldad, incoherencia, psicopatía, locura y poca vergüenza, más afectos reclutan para su causa. En estos momentos la Humanidad no puede permitirse ni un Maquiavelo más, sino referentes políticos, morales, culturales e incluso espirituales de primer orden. Justo lo que casi ya no queda.
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