Gruñones navideños

03 de diciembre 2025 - 03:04

Cada año llega antes. Primero fue el Black Friday, luego la Black Week y ahora casi vivimos una Black Navidad a modo de marmota consumista. Comprar, consumir. Apenas termina Halloween y ya estamos rodeados de ofertas irresistibles que nos prometen la felicidad a golpe de “añadir al carrito”. Y, sin darnos cuenta, empezamos a comportarnos como Scrooge. ¿Recuerdan el odioso personaje de Dickens en su Cuento de Navidad? Sí, ese hombre avaro, tacaño y solitario que no celebraba las fiestas y solo pensaba en ganar dinero. Pues pareciera que, cada vez, también somos más los gruñones de la Navidad. No sé si es una impresión personal, pero no dejo de pensar que estamos interiorizando la crispación y la polarización de la vida pública, que la hemos sentado a nuestras mesas y ni siquiera nos hemos dado cuenta. La economía nos mantiene en una especie de carrera infinita: para llegar a fin de mes, para comprar lo que toca, para no quedarnos atrás en un mercado que siempre pide más. Y la política ha degradado el debate público en un combate permanente, donde cada gesto se interpreta como una victoria o una traición. Podemos discutir si tiene más culpa la economía o la política, pero el resultado es el mismo: vivimos instalados en el blanco o el negro, en el “o te fascina o lo odias”, sin matices, sin pausa. Y así, casi sin notarlo, vamos adoptando ese gesto agrio y defensivo de un Scrooge más.

Las ciudades tampoco ayudan. Lo que antes era el encendido de luces de toda la vida, los churros y las castañas, el frío y los villancicos, se ha convertido en una competición nacional. Cada ayuntamiento se propone tener más bombillas, más pantallas, más espectáculo. Y, al final, un paseo navideño no es otra cosa que una carrera de obstáculos, de agobio y de estrés. Sí, también en Navidad.

Y mientras, en casa o en el trabajo, convivimos con una crispación que no descansa. Lo curioso es que, igual que Scrooge, no somos malas personas. Solo estamos atrapados en una espiral donde vamos deprisa y cansados. ¿Qué pasaría si dejáramos de correr? ¿De intentar ser los mejores en todo? ¿De buscar el éxito? En el fondo, la historia de Dickens sigue funcionando porque es simple: un hombre descubre que vivía con las prioridades del revés. Y cambia. No porque venga un fantasma, sino porque se ha situado frente al espejo. No necesitamos la Navidad más grande. Necesitamos recordar quiénes somos antes de convertirnos, sin quererlo, en un Scrooge más.

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