Crónicas del retornado

Guillermo / Alonso / Del Real

Las gafas de Cervantes

13 de marzo 2016 - 01:00

Ora por nosotros, señor de los tristes que de fuerza alientas y de ensueños vistes, coronado de áureo yelmo de ilusión!..." (Letanía de nuestro señor Don Quijote. Rubén Darío).

Me he enterado hace poco de que don Miguel de Cervantes Saavedra utilizaba gafas. Que yo sepa, ninguna de las escasas imágenes de don Miguel lo representa con sus lentes, pero parece ser que usaba unas gafas semejantes a las que adornaban el rostro de don Francisco de Quevedo y Villegas y con su nombre se han quedado para la historia de la óptica: los famosos "quevedos". Sea como fuere, hubiera estado bien poder contemplar el mundo a través de las lentes de Cervantes.

En este año de celebraciones cervantinas, uno se ve obligado a seguir haciéndose preguntas sobre Cervantes. Por ejemplo, me pregunto si a Cervantes le hubieran otorgado el Premio Cervantes, caso de haber vivido para aspirar a él. A lo mejor, sí, vete tú a saber, pero yo no acabo de tenerlo claro.

Cervantes nunca fue un escritor profesional, por ejemplo. Quiero decir que nunca pudo dedicarse exclusivamente a la escritura. Fue militar profesional, prisionero de guerra, viajero internacional, funcionario civil, preso igualmente civil por un presunto caso de corrupción, que ya se había inventado y se castigaba de forma sumarísima y no como ahora. Además fue bastante mujeriego y tuvo un par de hijos naturales… El caso es que la literatura no daba para vivir, ni tan siquiera modestamente. De hecho, murió, no en la indigencia, pero sí en una relativa pobreza. Lo que no sé es cómo aguanto hasta los sesenta y nueve años, con la vida que había llevado y los palos que le habían caído. Y el vino de Esquivias que había trasegado.

Al escritor lo enterraron en el convento de las Trinitarias Descalzas, cerca del actual Café de los Austrias y de la antigua Escuela de Arte Dramático, lugares que el retornado solía frecuentar. Hace unos años pusieron la zona patas arriba con el pretexto de encontrar la tumba de Cervantes sin éxito alguno, salvo el de carácter económico que pudieran obtener los autores del desaguisado.

Es que eso de vivir y lucrarse a cuenta del difunto autor del Quijote suele funcionar estupendamente. Si no, esperen a la cantidad de euros que se van a sacar en limpio unos cuantos habituales con ocasión del centenario que nos toca. Ni en sus sueños más optimistas hubiera el homenajeado oler ni una millonésima parte de toda esa pasta gansa. Pues le hubiera ido de perilla, la verdad.

Y el Quijote. Creo que se trata de la obra peor tratada de toda la historia de la literatura española. No en términos institucionales o académicos, que bastantes homenajes y loores ha obtenido por la parte institucional; en la académica, muchos y excelentes estudios, soberbias ediciones, como la de Paco Rico, que de las recientes me parece la mejor. Quiero decir que, a fuerza de hacer grande al ingenioso hidalgo, han llegado a hacerle monstruoso, enorme y, en consecuencia, intimidante. La gente se lo piensa dos veces antes de meterle el diente a semejante ídolo. Y no digo, los escolares, cuando, después de decirles muy solemnemente que se trata de la más grande obra de la Literatura Universal, les obligan a leerlo para, posteriormente, ser examinados sobre el tema.

Cuando yo era profesor de Bachillerato, solía decirles a mis alumnos que el Quijote había que leerlo en el retrete y saltándose páginas cuando les pareciera que se aburrían. Claro que era hiperbólico. En realidad lo que intentaba era que perdiesen el sentido reverencial y fuesen a parar al mero disfrute.

Para mayor inri, y creo que a consecuencia de la citada magnificación, se dan casos rayanos en lo esperpéntico. Recuerdo un tribunal de oposiciones a profesores de Lengua y Literatura del que formé parte. Salió por sorteo el tema del Quijote y, según fueron pasando los opositores, comprobamos con horror que un buen porcentaje de ellos no había leído el libro. ¡Licenciados en la materia!

El resto enorme de la obra de don Miguel ha sido demasiado poco frecuentado por el gran público. Cierto que la novela pastoril y la novela bizantina son huesos duros de roer para el lector actual, pero, por ejemplo, las novelas ejemplares son una lectura bien sabrosa para cualquier público medianamente culto.

Sobre su teatro, voy a permitirme una anécdota personal. Mi primera interpretación teatral fue en el personaje del estudiante Carraolano, en el entremés a Cervantes atribuido "La Cueva de Salamanca". Tendría yo unos doce años y representamos en casa bajo la experta dirección de mi madre. Desde entonces el teatro se me quedó pegado de por vida. Luego he montado otros entremeses cervantinos. ¡Gloria bendita!

Pues sí, lo he intentado, muchos hemos intentado ver con las gafas de Cervantes; pero a veces se nos nubla la vista. Qué le vamos a hacer.

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