Ja, ja, ja. ¿De qué te ríes, chiquillo? ¿Cuál es la gracia? Papá, es un youtuber. Me cuenta que es un señor que se dedica al doblaje de videojuegos. Cara de póker. Me pongo a investigar y compruebo que con esta ocupación se obtienen pingües beneficios. Gracias, claro está, a los millones de adolescentes que se pegan horas y horas mirando la pantalla con caras de bobos. El doblador que no la dobla pone voz a los que pegan tiros y saltos en las pantallas o comentan las jugadas más interesantes. ¡Uy!, ¡venga!, ¡cuidado! Mientras, los libros, las películas y el deporte se mueren de pena. A los que aún estamos buscando el manual de instrucciones de padre esto nos ha cogido mayores. "Yo cogía todas las maquinitas y las tiraba por el balcón", dice, radical, mi suegra, que comprende aún menos lo que está pasando. Y yo añado "con la madre que parió al Fortnite, al FIFA y hasta al comecocos".

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