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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El bodegón de Zurbarán

Hay sacralidad en estas cidras, este cesto con naranjas y azahares, esta taza y esta rosa

Llegó al Museo del Prado, y se expondrá hasta el 30 de junio, el Bodegón con cidras, naranjas y rosa de Zurbarán, procedente del Norton Simon Museum de Pasadena (California) al que pertenece por donación de su impulsor, el empresario y filántropo Norton Simon que lo había adquirido para regalárselo a su mujer, Bernadette Soubirous, Perla Chávez o Jennie, es decir, a la actriz Jennifer Jones. Es la única naturaleza muerta individual firmada y fechada por el pintor, pero no la única que pintó como parte de la composición de muchos de sus cuadros, como las cerámicas y panes de San Hugo en el refectorio de los cartujos o el plato con la taza con agua y la rosa –tan parecidas a las de este bodegón– de la Curación milagrosa del beato Reginaldo de Orleans. Se expone acertadamente entre el Bodegón con cacharros y el Agnus Dei también de Zurbarán.

De esta obra maestra ha dicho Javier Portus, jefe de conservación de pintura española del Prado: “Una obra a la vez silenciosa, delicada y solemne, que explica por qué durante muchas décadas apenas haya habido autores que no hayan sugerido la posibilidad de que encierre un contenido sagrado. (…) Todos los elementos del cuadro eran susceptibles de ser interpretados en clave religiosa del Siglo de Oro, desde la iluminación hasta la disposición de los objetos en la mesa. Pero yo no creo en esta interpretación”. Yo, en cambio, sí creo que lo sagrado aflora en ella y encuentro tan acertado como sugestivo que se exponga junto al Agnus Dei.

Sagrado en el sentido que tienen las películas de Dreyer, Bresson u Ozu, tan inspiradamente unidos por Paul Schrader en su histórico ensayo El estilo trascendental. Los tres revelan lo sagrado a través de lo inmanente o común trascendido, desvelan lo inefable empleando medios temporales precisos para fines trascendentales. Sin que necesariamente se trate de temas religiosos, como se evidencia sobre todo en Ozu, delicado cronista de la vida cotidiana de personajes comunes –muy dado por cierto a la representación de naturalezas muertas y bodegones, tan raros en ese arte del movimiento que es el cine– de quien Win Wenders dice en Tokyo-Ga, el documental que le dedicó: “Si en nuestro cine hubiera aún alguna cosa sagrada, para mí sería la obra del director japonés Yasujiro Ozu”. En este sentido en estas cidras, este cesto con naranjas y azahares, esta taza y esta rosa se desvela lo sagrado.

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