Yo te digo mi verdad

Que acabe la guerra

Es trabajo de todos saber distinguir entre el dolor y las lágrimas de cocodrilo, para que de una vez acabe la guerra

Hay en este país gente que actúa y pregona como si los muertos de ETA sólo les dolieran a ellos. Suele ser la misma gente que proclama que la banda terrorista sigue viva, pese a que hace más de diez años que abandonó la violencia y casi la mitad que decidió disolverse. Suelen ser los mismos que parecen encontrar argumentos en que la desgracia siga instalada entre nosotros.

Arnaldo Otegi es el peor embajador de Bildu, puesto que es una persona a la que se le ven las mentiras interesadas en cada expresión que quiere aparentar sincera. Un personaje en el que la táctica vencerá siempre a la verdad, alguien seguramente tan convencido de sus ideas y actos, por muy terroríficas que sean, que siempre encontrará una justificación a los mismos. Por eso se le coge antes que a un cojo.

Por desgracia, representa a un sector todavía muy fuerte e influyente, y seguramente con numerosos seguidores en su tierra.

Pero otro argumento igual de interesado es considerar que Bildu es ETA. En sus estatutos, la coalición abertzale condena la violencia y el terrorismo, y en su proceder, se presenta a las elecciones igual que todos los demás partidos. Era precisamente eso lo que se le pedía mayoritariamente a los independentistas vascos: que compitieran con los demás con las palabras y no con las pistolas. Ahora no vale entonces negarles la legitimidad, por mucho que podamos estar en desacuerdo. Hay por otro lado algunos, y suelen ser los mismos, como decíamos arriba, que exigen continuamente la petición de perdón sin estar dispuestos a concederlo. Esos más acérrimos defensores de esta postura férrea, por el contrario, son incapaces de condenar la dictadura de Franco y sus crímenes porque las consideran "cosas del pasado".

Lo más descorazonador de todo esto es que ambos extremos se retroalimentan, y me malicio yo que sus aspavientos, sus gritos de indignación, sus proclamas, sus maniobras oratorias no responden a la verdadera compasión y solidaridad con las víctimas sino a un rastrero y destructivo objetivo político, en el peor sentido de esta noble palabra.

Es trabajo de todos saber distinguir entre el dolor y las lágrimas de cocodrilo, para que de una vez en este país acabe la guerra, todas las guerras. Difícil nos lo ponen, porque el ruido de los tambores suele ser incompatible con la paz.

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