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Yo te digo mi verdad

Toros sueltos

Esta era una ‘tradición’ que estaba en desuso y fue rescatada por algunos partidos progresistas

Ha pasado un año más y a ninguna autoridad, responsable o no, se le ha ocurrido acabar con la bárbara e inexplicable costumbre de las sueltas de toros por las calles de algunos pueblos. Por lo visto nadie se ha planteado que es una irresponsabilidad gravísima de salud pública echar a las concurridas plazuelas a uno o varios animales de más de 500 kilos para que la alegre multitud lo enfade con aspavientos y provocaciones y así embista a todo el que se mueve, algo que nadie en su sano juicio haría cualquier otro día del año. Es más, la presencia de esos morlacos en pleno centro de esas poblaciones se consideraría motivo de alerta extraordinaria que movilizaría a un amplio dispositivo de fuerzas de seguridad y sanitarias. Recordemos el gran alboroto que se formó en el casco antiguo de Cádiz cuando una manada de reses escapó del rodaje de una película, sembrando a partes iguales de miedo y cachondeo (hay que reconocerlo) el centro gaditano convertido en pamplonica por mor de la mentira cinematográfica.

Este tipo de festejos populares forma parte de aquellos que consisten en poner en práctica durante uno o varios días acciones que el resto de las fechas serían objeto de sanción: estallar petardos a mansalva, montar un botellón multitudinario, estrellar tomates contra todo, bañarse en las fuentes públicas, hacer ruidos infernales a deshoras, aparcar en cualquier sitio autorizado o no, soltar toros… No sólo son permitidos sino alentados y subvencionados por quienes fuera de esos días te estarán vigilando para que no lo hagas.

En el caso de los toros del Aleluya se añade además, al peligro cierto para la integridad física de los ‘humanos’ que participan en la fiesta, los flagrantes casos de maltrato animal, la crueldad que significa utilizar para nuestro propio e insano regocijo a criaturas que normalmente son tranquilas, y a las que se somete a un estrés innecesario y para una finalidad que nadie sería capaz de justificar, aparte de que se ampare en ‘la tradición’, esa palabra que en otras ocasiones podría considerarse hermosa.

Cabe recordar que este mismo ejemplo de los toros era precisamente una ‘tradición’ que estaba en desuso o mortecina en muchos lugares y, sorprendentemente, fue rescatada por algunos partidos progresistas cuando llegaron a los ayuntamientos democráticos después de años de dictadura. Pocas veces se ha malinterpretado tanto el concepto de esencia popular.

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