Volutas

La vida es ondulante y hace volutas barrocas de elaboradas simetrías que casi nunca percibimos

Una estrofa moral persa, que he visto atribuida a Omar Khayyam y a otros más modernos, y que aquí doy versionada por Javier Almuzara, reza: "Sentado en las rodillas de tu padre/ lloras, recién nacido/ cuando todos sonríen a tu vera./ Así será hasta que te hundas/ en el último sueño/ y sonrías en calma mientras todos/ lloran en torno tuyo". Lo de la alegría final está mejor captado aún en "Inscripción para el portón de un cementerio", un poema de Mario Quintana que exulta así: "La misma lápida ostenta/ -según lo entiende la gente-/ cuando se nace, una estrella,/ y una cruz cuando se muere.//Mas cuántos que aquí reposan/ no nos dirían así:/ '¡Pongan la cruz al principio,/ la luz de la estrella al fin!'"

No traigo el poema persa, pues, por la escatología, sino por el paralelismo invertido. Marca los extremos de unas simetrías que se repiten muy a menudo en nuestras vidas, aunque, o porque andamos en mitad del dibujo o porque tenemos mala memoria, se nos escapan. Yo acabo de atisbar una desde debajo de mi sombrilla de la playa.

Se acercó mi hijo a pedirme, a rogarme, a suplicarme que me bañase con él. Yo estaba leyendo (Odisea, un padre, un hijo, una epopeya, precisamente), y le dije que no. Insistió. ¡Que no! Se fue solo, lento, cariacontecido y fatal hacia la orilla. Fue entonces cuando lo atisbé. Dentro de nada, la criatura romperá en adolescente y yo querré hacer planes con él y me dirá que no, ¡no!, y quedaré cariacontecido y fatal debajo de mi sombrilla o en mi sofá (si es invierno), anclado en mi solitaria orilla.

No lo escribo sólo por el gusto de las simetrías, sino para que, cuando pase, no me ponga a rajar de la adolescencia como un poseso. Estaré recibiendo una dosis de mi propia medicina. Y escribo "medicina" con toda la intención del mundo, porque a los diez minutos lo vi jugando en la orilla con sus amigos, y fui también consciente de que, con mi fiebre lectora, estaba poniendo las bases para esa adolescencia de la que me doleré tanto cuando llegue. Él tiene que entender, ay, que yo tengo que leer un rato, y yo tendré que entender, ay, que él tenga que hacerse un mundo propio, donde yo sea una presencia mucho más lejana de lo que soy ahora.

Por fortuna, en las volutas barrocas de los paralelismos vitales habrá curvas que nos acerquen de nuevo y más y vuelta a empezar. Lo importante es no perder la perspectiva y la sonrisa. Seguí leyendo tranquilamente.

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