Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Valeriano Bécquer

Valeriano y Gustavo trabajaron en proyectos donde pintura y literatura obraron de consuno en el "arte total"

El 22 de diciembre se cumplirán siglo y medio de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer. También de su hermano Valeriano, mayor que él en tres años, y que había muerto tres meses antes, el 23 de septiembre de 1870. A la muerte de Valeriano, ocurrida en su hotelito del barrio de La Concepción, Gustavo Adolfo grita, mientras sus amigos intentan alejarlo del lecho mortuorio: "¡Valeriano, Valeriano, qué solo me has dejado!". Unas semanas después, con la llegada áspera y solemne del invierno, el poeta expiraría en su estrenada casa del barrio de Salamanca, en la calle de Claudio Coello. Es un misterio el porqué de este aminoramiento, de este olvido de la verdad existencial y artística de los hermanos Bécquer (luego vendrían los hermanos Quintero y los hermanos Machado), siendo así que ambos se hallaron inextricablemente unidos por el amor, la orfnadad y la devoción pictórica, heredada de su padre.

Quiero decir que, más allá de que ambos vivieran juntos durante buena parte de sus vidas, el arte de uno y otro gira sobre una concepción romántica del arte donde la pintura (y la música) fueron más efectivas que la poesía como transmisoras de una verdad oculta. Son muchísimas las ocasiones en que Gustavo Adolfo expresará esta impotencia balbuciente de la palabra para indagar en la entraña inaprehensible del mundo. Y son también muchas las oportunidades en que el poeta dibuja con mano diestra y escribe de pintura con solidez admirable. Lo cual implica que, para Gustavo, Valeriano acaso fuera, junto a su hermano adorado, el médium que le mostró pictóricamente el modo en que el color y las sombras huellan el umbral del misterio. Y que uno y otro, Valeriano y Gustavo, trabajaran en proyectos donde pintura y literatura obraron de consuno en ese "arte total" que exigirá, poco después, Wagner.

El propio retrato idealizado de Gustavo Adolfo, hoy en el Bellas Artes, nos habla de las virtudes de Valeriano: junto a la caracterización del retrato, encontramos esa profundidad ambarina que ha aprendido en Murillo y Velázquez. También aprenderá en Murillo el gesto sentimental y el interés por lo popular, que luego transformaría en un realismo asentado (Valeriano es posterior a Courbet), hijo legítimo de su siglo. En sus numerosos y espléndidos bocetos, es la vida doméstica de ambos -el boceto ponderado por Diderot y Burke-, la que alumbra con su verdad urgente y perdurable. Una verdad fraterna donde uno y otro artista se confunden.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios