"Ajá & Ojú"

carmen Oteo

Triki triki

YO era una niña que cantaba el Triki, triki, triki, triki, triki Mon Amour mientras me hacía la muerta en la playa. Era el verano de Demis Roussos y su Triki Triki. Las olas me iban balanceando con su ritmo envolvente y acompasado pero yo permanecía con los brazos abiertos y los ojos cerrados, como si flotar fuera algo tan grave como la muerte. Una muerte dulce y deseable porque era mentira y sólo duraba unos segundos, los suficientes para ganar la apuesta de quién resistía más tiempo sin moverse. Tras ese triki triki, había algo repetitivo, profundo y decadente, una especie de salmo laico que casi te hacía perder la conciencia ayudándote a morir transitoriamente y a ganar el juego.

Yo no sabía, no podía saber aún nada del amor, ni de canciones románticas pero, al salir de misa de san Francisco y pasar por la plaza Estévez, desde la terraza del bar La Vega, se escuchaba incansablemente el triki triki de Demis Roussos o a las Grecas con su Te estoy amando locamente y su dame tu ausenci que sabe a beso. Todavía hoy miro hacia arriba buscando esa música que resonaba en la calle desierta cuando los comercios estaban ya cerrados y las parejas se subían para poder perder también un poco la conciencia besándose al anochecer. Veía bajar a soldados con sus novias cogidos de la mano, con su petate y su billete de tren de vuelta al cuartel. Veía un hombre mayor con una jovencita, veía parejas que subían y bajaban y salían de aquel bar que era para mí un jeroglífico indescifrable, como el amor y el deseo.

Una noche de aquel verano de infancia descubrí en la tele al cantante de mi Triki Tiki, un Demis Roussos inmenso y exótico como Sandokan. Tenía pinta de tenor de ópera, ojos tristes verdosos, melena larga, y túnica multicolor irisada sobre la que caía una barba ancha y negra. Antes de hipnotizarme con su Triki, Triki decía con una voz dulce algo para mayores, que las mañanas son de terciopelo si tus manos me hacen despertar, menuda cosa.

Cuando veo a Grecia, la bella cigarra de Europa, cuna de la democracia y de la filosofía y de casi todo, asomarse al abismo y jugar con su propia muerte (que es la muerte de Europa misma y el comienzo de la pobreza, del no somos nada y las cifras mandan), me recuerdo en aquel verano de infancia en el que Demis Roussos me hizo ganar todas las apuestas de hacerse el muerto con su triki triki. Y es que no hay muerte más dulce que la fingida.

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