El Palillero
José Joaquín León
Navidad de la Esperanza
El expediente que le abrió la FIFA a última hora ha sido la puntilla para Luis Rubiales. Ya está muerto, pero él aún no lo sabe, no dimite, patalea y se resiste escudándose en sus disculpas insinceras, cobijándose en la tradicional inhibición de las autoridades deportivas y políticas y beneficiándose del machismo subyacente en el fútbol profesional y de la corte de estómagos agradecidos crecida durante su gestión al frente de la Federación Española.
Sólo por el escándalo de haber trasladado la fase final de la Supercopa de España a Arabia Saudí –nación donde los derechos humanos son pisoteados, las mujeres sojuzgadas y los disidentes descuartizados– ya merecía Rubiales haber sido destituido. Lo hizo por dinero. Mucho: para el fomento del fútbol, sí, y también para él mismo y para Piqué, su socio y amigo (gran progresista, igualmente). Ninguno de los actores que ahora van a promover su caída objetaron ese contrato, que obliga a llevar allí la Supercopa varios años más.
Ninguno movió un dedo cuando se supo, gracias a un tío desleal, que Rubiales ordenó investigar al líder del sindicato de futbolistas pagando detectives privados, grababa sus conversaciones telefónicas con ministros, felicitaba a Piqué por el negociazo que habían hecho ambos con la morería petrolera y abonaba con dinero de la Federación fiestas y viajes privados destinados a su mayor satisfacción.
Como nunca le ha pasado nada, se ha venido arriba, pero no yendo a más o perpetrando nuevos desmanes, sino simplemente siendo como es, sin cambiar para nada su conducta y sus valores, ni siquiera disimulándolos. En la final del Mundial Femenino, Rubiales no demostró nada nuevo. Con su beso no consentido a la campeona Jeni Hermoso y su obsceno agarrón de genitales enseñó al mundo lo que es: un patán, un macarra y un zafio. Y no puede dejar de serlo, como evidenció con sus disculpas posteriores, que fueron de ésas que se presentan ritualmente, cuando no queda más remedio, y no salen del alma, sino del cálculo (“es lo que toca”, dijo). Se le notaba demasiado el fingimiento.
Su fallo ha sido doble: de prepotencia, por pensar que puesto que su gestión ha sido un éxito al aumentar notablemente los ingresos del fútbol todo le está permitido, y de ignorancia culpable, por no darse cuenta de que, gracias a la lucha feminista, hay pocos valores más asumidos e intocables como la igualdad entre los sexos, la dignidad de la mujer y la condena del abuso y el maltrato. Es lo que lo matará.
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