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Yo te digo mi verdad

Punto y raya

Lo ocurrido en Ceuta es otra muestra vergonzosa del carácter básicamente inhumano de las fronteras

¿quién construyó las fronteras y para qué? He ahí la pregunta cuya respuesta podría dar la solución al terrible dilema de que, una vez marcadas, hay que defenderlas. No hay que ser historiador para vislumbrar en todas ellas y en su evolución y cambios a lo largo de los siglos una larga relación de ambiciones, latrocinios y miedos. Y, por supuesto, grandes mentiras vestidas de altos y honorables sentimientos que han dado como resultado sufrimiento, desarraigo y muerte. Tan antinaturales son incluso las llamadas 'fronteras naturales' que ha habido que sostenerlas siempre rodeándolas de murallas, torres, vallas, verjas o alambradas.

La Historia de las lindes nacionales es tan sangrienta que casi habría que agradecer a unos invasores natos como los romanos que a cada conquista fueran eliminándolas hasta hacer del Mediterráneo un añorado y ahora denostado Mare Nostrum con una sola ciudadanía desde Finisterre a Asia Menor pasando por toda África del Norte.

Lo más parecido a aquella época unitaria, pero con la gran y definitiva diferencia a favor de que se ha hecho por voluntad democrática, es la todavía muy imperfecta Unión Europea, con su carácter de club selecto, pero abierto a quien se comprometa con sus normas democráticas.

Lo ocurrido en la frontera de Ceuta es otra muestra vergonzosa del carácter básicamente inhumano de las fronteras y de su utilización como escudo y disfraz de ambiciones mucho menos nobles de lo que proclaman sus alegatos nacionalistas y patrioteros.

Cantaba Soledad Bravo en una canción hermosa, de esas que ya no se llevan, que esos "puntos y rayas" que en los mapas separan los países no existen en realidad, y que han sido dibujados sólo "para que tu hambre y la mía estén siempre separadas".

Pero siendo realistas (y siempre hay que serlo), las fronteras están ahí y la mejor forma de combatir la maldad que llevan dentro es respetarlas y procurar no derramar por ella ninguna gota de sudor o sangre: cada una de esas gotas supone dolor y además riego para otras ansias más oscuras. Desconfiemos de los libertadores, de los que incitan desde la barrera al salto tanto como de los que desde dentro invocan la defensa del muro patrio por todos los medios. Y haciendo honor a los principios democráticos que nos hacen mejores, acojamos a los que huyen, a los que buscan, a los que hacen lo que siempre hemos hecho los humanos: seguir el rumbo de una vida mejor si el mundo en el que vivimos no la ofrece.

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