El salón de los espejos
Stella Benot
La Transición andaluza
EL País de Nunca Jamás es el lugar imaginario inventado por el escritor escocés James M. Barrie. Es un mundo mágico que existe dentro de una estrella donde los niños no alcanzan la edad adulta, y en el que también habitan el malvado capitán Garfio y su tripulación que son malvados precisamente porque son adultos.
Aunque no está confirmado, se dice que si uno viaja al País de Nunca Jamás y pasa una larga temporada le es difícil volver a su antigua vida y recordar su pasado.
Los niños son los Niños Perdidos a cuya cabeza se sitúa el famoso Peter Pan, un niño que nunca crece y que odia el mundo de los adultos. Y aunque Disney nos vendió una visión edulcorada del personaje, según un crítico, "en la novela, Peter tiene una personalidad inmadura, egocéntrica, egoísta y en ocasiones cruel... ya que vive sin ninguna responsabilidad; por eso tiene miedo a hacerse adulto y vivir en un mundo lleno de reglas y límites"
Tras visualizar en la noche electoral las declaraciones de algunos de nuestros líderes políticos y asistir a su postureo y escenificaciones en los días posteriores, me temo que estemos en presencia de esos Niños Perdidos y en el País de Nunca Jamás. Como no hay responsabilidad, ninguno se da por aludido por el mensaje de las urnas. Antes bien, se sustituye la dimisión por la obcecación y se pretende continuar viviendo en el mundo infantil e irresponsable en el que todo es posible y que sería un lugar maravilloso si no fuese por la presencia del odiado capitán Garfio.
El infantilismo conduce inevitablemente a la formulación de mantras simplistas y descalificadores que, al confrontarse con la realidad, resultan tan perniciosos como la rudeza de algunos eslóganes o la peligrosidad de algunos planteamientos que se someten, o pretenden ser sometidos, a referéndum con olvido de que los problemas complejos no admiten una burda respuesta binaria y que el resultado de unos escuetos sí o no está muchas veces predeterminado en función de la pregunta.
Ahora, unos de nuestros Peter Pan particulares nos ha venido desde Cataluña, teñido de la meritoria aureola de alguna de sus anteriores hazañas y que, como el polvillo de Campanilla, permite a nuestro protagonista volar en busca de su estrella particular mientras proclama sus simplificaciones infantiles. Por cuestión de espacio me ceñiré a tres.
Queremos hablar de programas, no de sillones. Sí, pero usted sostuvo la misma noche electoral que al Capitán Garfio no le corresponde ningún sillón, aunque le saque 5 millones de votos y 105 escaños. Menos de un mes más tarde parece cambiar de opinión, pero, eso sí, no quiere hablar de programas porque considera incompatibles los suyos con los del Capitán Garfio, cuando cualquier observador atento observa que las diferencias entre ambos son mínimas.
Hay que suprimir las diputaciones. Oiga, en la mayor parte de las provincias españolas las diputaciones cumplen un papel crucial para el bienestar de los municipios pequeños. Si no queremos que se hundan en la miseria habrá que mantener las consignaciones presupuestarias con lo que el ahorro será mínimo o inexistente. Eso es lo que ha ocurrido en las comunidades autónomas uniprovinciales. Acaso lo que usted quiere decir es que hay que modificara la superestructura burocrático-política de las diputaciones para lo que bastaría con que los concejales que las integran percibieran sus emolumentos de los municipios de origen y con suprimir los asesores. No, no y no. Hay que suprimir las diputaciones porque lo digo yo.
Tenemos un injusto sistema electoral. Hay que reformarlo. Es posible Peter, pero dígame cuál prefiere. En materia electoral está ya todo inventado y cuando un sistema electoral mueve una de sus piezas, quedan al mismo tiempo alteradas otras tropecientas. ¿Le parece también injusto un sistema como el griego, en el que el malvado Capitán Garfio tendría ahora 50 escaños más por el simple hecho de haber ganado las elecciones? ¿O un sistema como el británico en que se puede teóricamente conseguir la totalidad de los escaños con tan sólo un voto más por circunscripción que el siguiente partido? ¿Acaso lo que usted desea es que en España en vez de favorecerse al partido que tenga mejor media (que eso es la regla D'Hondt) se prime con el regalo de un escaño al que ni siquiera llega al cociente que da derecho a él (que ese es el sistema de los restos mayores)? Y como junto a la fórmula electoral está el problema de la circunscripción ¿desea usted que votemos con una papeleta de 350 nombres al convertir a España en una sola circunscripción? Eso, eso, así votamos en las elecciones europeas. Pero, Peter, en las europeas no hay una circunscripción, hay 28 y seguramente cuesta menos votos populares conseguir representación por Eslovaquia que por Alemania… ¡Uf, qué de complicaciones! No me líe, que me da igual ¡hay que reformar el sistema electoral porque lo digo yo!
Querido lector, esto del sistema electoral es un tema tan de adultos que no tendré más remedio que seguir escribiendo sobre ello. Mientras tanto, a seguir disfrutando de las "bondades" de sustituir el bipartidismo por el multipartidismo infantil.
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