Niceto Alcalá Zamora

19 de febrero 2014 - 01:00

TAL día como ayer, hace 65 años (18 de febrero de 1949), murió en exilio desposeído de todos sus bienes, el que fuera Presidente de la República Española, D. Niceto Alcalá-Zamora y Torres. De entre los personajes respetables de la II República, que no son tantos, quizás ninguno ha sido menos respetado que el que fue su primer jefe de Gobierno y primer jefe de Estado. Oscurecido por el que lo sucedió en ambos cargos, Manuel Azaña, combatido por quienes debieron haberle defendido, abandonado por quienes debieron haberle buscado, odiado minuciosamente por los dos bandos de la Guerra Civil, despreciado por los historiadores y olvidado por sus compatriotas, Niceto Alcalá Zamora, Don Niceto para los suyos, El Botas para sus enemigos, es hoy un ilustre desconocido. Y sin embargo, pocas carreras políticas más relevantes, pocas trayectorias biográficas tan dignas de consideración y quizás ninguna tan noblemente arrastrada hasta el final, como una cruz, por quien sólo al Nazareno veneró tanto como a su patria. Hay imágenes que ilustran toda una existencia y la de Alcalá Zamora en los últimos días de su exilio en Argentina es una de ellas. Contaba a la sazón 72 años, estaba flaco, algo encorvado (él, que había andado siempre tan tieso) y se había dejado una larga barba blanca. Su fervoroso catolicismo, que nunca fue obstáculo sino complemento de su fe liberal, le llevó a vestirse en los últimos días de ermitaño, como para llegar al juicio último sin más recursos de abogado ni eximentes mundanas que su fe y su probidad. Murió sin hacer ruido, por la noche, y lo enterraron, según su voluntad, con un crucifijo entre las manos y dos puñados de tierra española junto al corazón, uno de su Priego natal, en la provincia de Córdoba; otro, cogido en los Pirineos, antes de cruzarlos camino del exilio. En su féretro, la última bandera republicana que se arrió en esa frontera, en Prats de Molló, conservada para el último paso. No tenía bienes; trabajó hasta el final muy duramente; al cementerio de la Chacarita le acompañaron muy pocos. Como si no hubiera sido nadie. Después de haberlo sido casi todo en la monarquía parlamentaria. D. Niceto comenzó su carrera política al caer la dictadura de Primo de Rivera. Era tan evidente su superioridad, que en el Pacto de San Sebastián es elegido presidente por unanimidad y, al llegar la República, pasa de la cárcel a la Presidencia del Gobierno provisional sin un solo contrincante. Tras una eficaz mediación con Maciá, es elegido presidente de la república. Pero la República no es el régimen de orden, moderado, respetuoso con las libertades y con la religión, que se había propugnado y que, por su prestigio, había atraído a tanta gente. Se queda solo respaldando a Maura cuando éste quiere impedir la quema de iglesias sacando a la calle a la Guardia Civil. Al discutirse la Constitución, dimite, y luego rectifica, por la prohibición de la enseñanza religiosa y la expulsión de los jesuitas. Sus desacuerdos con Azaña los expondrá en Los defectos de la Constitución de 1931. En 1936 y, a pesar de que había conseguido el indulto de los condenados a muerte por la revolución asturiana de 1934, el Gobierno del Frente Popular, mediante lo que políticamente es un auténtico golpe de Estado, lo destituye por haber disuelto las Cortes... ¡a petición de los mismos que lo destituyen! Prieto y Azaña perpetran esta felonía suicida, porque convierte a la República toda en representación de sólo media España. Pero tampoco la derecha defiende a Alcalá Zamora. Cuando estalla la Guerra se encuentra de viaje en Escandinavia para olvidar amarguras, los dos bandos lo persiguen: unos saquean su casa de Madrid, roban sus bienes, sus cajas de seguridad en el banco y el manuscrito de sus Memorias. Los otros vejan a sus familiares andaluces y arrancan hasta los árboles de su finca La Ginesa en Priego. En 1939 don Niceto queda viudo. Como ni franquistas ni republicanos le prestan la menor ayuda para sostener a su familia, acaba huyendo desesperado de Francia camino de Argentina. El estallido de la Guerra Mundial hará que su viaje dure 441 días. En el destierro seguirá manteniendo la fe en sus ideales de siempre: el Derecho, la libertad y España. Vive al límite de la pobreza, trabajando en lo que se le presenta. Escribe en los periódicos, en las revistas culturales y en las del corazón, lo mismo sobre escritores que sobre la mujer en la Historia o en el teatro. Publica un manual clásico sobre Lo Contencioso-Administrativo. Da clases. Prepara a opositores. Casi ciego, su vista fue pésima, dicta los artículos y es aún capaz de repetir de memoria sus discursos históricos. El régimen de Franco quiere que regrese a España y le ofrece negociar la devolución de sus bienes, a lo que él se niega. Su última conferencia en Buenos Aires estuvo dedicada al Quijote. Dignísimo final para un gran hombre y un excelente político olvidado por la Historia

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