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Matraca

Si un país puede disponer del Estado del Bienestar, es porque hay empresas y autónomos que luchan por sus negocios

Cerca de casa han abierto un bar venezolano. La dueña exhibe, orgullosa, la bandera venezolana en la fachada y se dirige a los clientes con la típica cadencia verbal plagada de "chéveres" y de "mijitos". La historia de esta mujer es fácil de imaginar: tuvo que salir prácticamente con lo puesto de Venezuela, igual que han hecho siete millones de sus compatriotas (casi un 30% de la población) que han tenido que huir de la violencia y de la escasez y del "socialismo del siglo XXI". Se dirá que eso mismo les pasa a millones de habitantes del planeta, y es cierto, pero hay una diferencia notable. Ningún país exportador de migrantes y refugiados (Somalia, Honduras, Bangladesh, Haití, Etiopía) tiene petróleo, y en cambio, Venezuela tiene petróleo, y mucho. Entonces, ¿cómo es posible que un país que podría ser la Noruega de América Latina sea un país tan pobre y tan violento como Haití o como Bangladesh? Ah, amigos, la respuesta se llama "socialismo", esa bella palabra que enardece a nuestros activistas y catedráticos y actrices que se exhiben en el photocall de la gala de los Goya. En nuestro gobierno, por cierto, hay varios admiradores declarados del "socialismo del siglo XXI". Y uno de ellos es nada menos que ministro de Consumo. ¡De Consumo! Me gustaría saber qué le diría a nuestro ministro de Consumo la dueña del bar venezolano que han abierto aquí abajo.

Sí, ya lo sabemos: el capitalismo no es hermoso ni es justo ni es amable. Pero hay una diferencia: por injusto que sea, por despiadado que sea, el capitalismo -eso que llamamos la economía de mercado, tan aborrecida por nuestros intelectuales- sabe administrar mucho mejor los recursos de un país. Y si un país puede disponer de un eficiente estado del Bienestar, es porque hay miles de empresas y bancos y autónomos que luchan por sus negocios y que pagan sus impuestos. Sin empresas, amigos, no hay Estado del Bienestar, pero aun así, todos los días se nos repite la misma matraca ideológica que se opone a todo lo que sea libre mercado. Y en nombre de la lucha contra la desigualdad -y en nombre del feminismo y de los derechos de los trans y de cualquier otra ideología que se haga pasar por emancipadora-, se ataca a los ricos y a los empresarios y a los bancos. Ese discurso demagógico es el mismo que usaba el bendito comandante Chávez en Venezuela. No conviene olvidarlo.

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