Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
LAS ideas y los regímenes políticos mueren también por cansancio, por repetición, principio de la descomposición. Acuérdense de los últimos años de la dictadura de Franco: discursos oficiales estupendos que no se correspondían con realidad alguna, el régimen se sabía malherido y moribundo y daba coletazos peligrosos, mientras el pueblo dicharachero hacía lo que le daba la gana. La repetición del discurso feminista, una ideología ya, va por el mismo camino de descomposición, porque las ideas inconsistentes tienen vida corta, la inercia puede alargarla un poco con añadidos y remiendos pero acaban muertas. Si hoy mismo se ve anticuado el desajuste del enfrentamiento de sexos, en cuanto pierda la poca clientela que le queda y desaparezca, será al hazmerreír de los adolescentes oyendo los cuentos progresistas de sus abuelas, como mi generación se reía hasta las lágrimas con la polémica de la falda pantalón.
El error esta sostenido por otro error, esta vez de correspondencias gramaticales: machismo no es lo contrario de feminismo, sino de hembrismo; al feminismo se le opondría el masculinismo, y más que oponérsele lo nivela, lo modera y lo complementa. El gran absurdo de esta batalla perdida es no atender a las palabras sino a las supuestas intenciones de quien las dice. El masculinismo es tan clásico, tan griego que nació al mismo tiempo que nuestra civilización y todavía hoy forma parte natural de comportamientos que a nadie extrañan. Hay reuniones de amigos, tertulias y actividades donde no se admiten mujeres de manera tácita, pero no porque se las odie, sino porque hay formas y asuntos de la conversación más fluidos y de más claro entendimiento según se traten entre hombres o mujeres. Tampoco se trata de crear círculos tan cerrados que no admitan mujeres en ningún caso, sino que si algún día aparece alguna la conversación deriva por otros derroteros. Por propia voluntad no suelen volver.
El masculinismo es una defensa pasiva y silenciosa por la obligación de admitir mujeres en toda clase de sociedades y asociaciones, círculos, hermandades y casinos. Han aumentado las tertulias y reuniones masculinas fuera de estas entidades porque todavía, por feminista que sea, el poder político no nos puede obligar a elegir a nuestras amistades, ni nos puede forzar a apostatar de unas costumbres modernísimas por antiguas. El masculinismo está ya en el inicio de las civilizaciones mientras que el feminismo es un invento político torpe de hace poco más de un siglo.
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