La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez aguanta más que el teletexto
ESPAÑA es la inventora del palillo de dientes, la fregona y la ley del embudo, que consiste en que yo entro en la vida por el agujero grande y tú por un túnel, yo tengo derechos y tú, deberes; yo me equivoco pero tú mientes; y, en fin, yo sí porque sí, pero tú, no, nunca. Nuestra política traduce nuestra mentalidad maniquea, esquizoide o quizá simplemente desvergonzada, de modo que quien manda hace lo que le sale de sus muy democráticas narices. Un caso municipal: la alcaldía de Cádiz, por edicto del PP, clavetea banderolas del 2012 en fachadas de edificios que son patrimonio urbanístico de protección total e intervención cero, saltándose todas las reglas y protocolos. De otro lado, una avispada edil socialista presenta en pleno la más que aireada y previamente reclamada idea de señalizar de algún modo que en Cádiz hubo un meridiano: le deniegan la propuesta por el hecho de venir del PSOE. Un ejemplo nacional: el trasvase del Ebro no se realizó hacia Murcia pero a última hora sí se le concede, por orden ministerial, a Barcelona. Los murcianos pueden dar igual pero no los catalanes, socios sagrados del gobierno socialista. Manipular el medio ambiente sin conocer los efectos secundarios es imprudencia temeraria. Más les valiera a los partidos ponerse de acuerdo en lo que hace al bien común, y más les valiera a los ciudadanos no dejar impunes a quienes autocráticamente toman decisiones perjudiciales para la mayoría. Una última muestra. Cuando el Gobierno quiere modificar el mapa de estudios universitarios para que los títulos sean rentables a los estudiantes en términos de empleo y la plantilla docente le sea útil al Estado (que es quien paga), vienen las pequeñas universidades, las titulaciones minoritarias y los especialistas en peligro de que les expropien la finquilla del saber echándose las manos a la cabeza, sin entender que, a costa del erario público, no puede haber más profesores que alumnos ni más oficiales que soldados. Y así nos va en este país europeo donde el que manda mangonea y el que no, calla y consiente esperando su turno de derecho de pernada. Pero no teman: a ver qué gobierno se atreve a echar un órdago a sus funcionarios sólo por el bien común. ¿El qué? Bah. Relax.
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