Leer de verdad a Caballero Bonald

A Caballero, el gran escritor recién fallecido, algunos lo han destacado por simpatizar con el PCE y por ser comprovinciano

Hay polaridad política hasta en la literatura. Una de las diferencias entre la izquierda y la derecha es que la izquierda sólo lee a sus escritores y poetas; mientras que la derecha, según sea esa derecha, no lee a nadie, o lee variado, y más a los de izquierda. Un ejemplo claro de lo anterior es José Manuel Caballero Bonald, el gran escritor recién fallecido, al que algunos destacan por simpatizar con el PCE y ser comprovinciano. ¡Ay! Sí, nacido en Jerez de la Frontera, enamorado de Sanlúcar de Barrameda, fundador de Argónida, donde creó su mundo propio, con ecos de Doñana. Ha sido de los raros escritores, como Gabriel García Márquez (por citar a otro que leen los de izquierda y algunos de derechas) capaz de convertir un espacio local en territorio universal. Pero, desde luego, lo que más se puede valorar de Caballero Bonald no es que sea tan emblemático para Sanlúcar como la manzanilla o los langostinos, sino su capacidad de escribir muchas literaturas.

José Manuel Caballero Bonald era un escritor total. Fue un gran prosista (mucho más que novelista) y un gran poeta. Cuando publicó en 1974 su novela Ágata ojo de gato, fue encumbrado como el no va más de las letras hispanas. Hoy es una novela que se reedita, pero que acaban pocos lectores. En aquel tiempo floreció una literatura neobarroca, que se volvió en contra de narradores andaluces como Caballero Bonald o Alfonso Grosso. Monumentos literarios que hoy le importan un pimiento a las editoriales, pues la gente prefiere una trilogía con algún detective listo y varios misterios inexplicables, aunque lo escriban con el pie. Antaño era diferente. El poeta Caballero empezó su narrativa en 1962 con Dos días de septiembre, tras Ágata ojo de gato perseveró en Toda la noche oyeron pasar pájaros, y después de Campo de Agramante se dedicó de lleno a la poesía .

Como poeta no se le debe encasillar en lo amoroso, y menos en lo erótico, por simplificar. Fue un alquimista de la palabra, que confesó en su poema Sobre el imposible oficio de escribir: "Por aquella palabra/ de más que dije entonces, trataría/ de dar mi vida ahora". Su obra poética está en Somos el tiempo que nos queda. Más allá de ideologías, era un ser difícil, requisito del poeta.

Lo mejor es leerlo, pero de verdad. Conocer otra forma de la narrativa. Y, por supuesto, sumergirse en su poesía, más profunda de lo que a veces parece y pasada por el barniz de la duda. José Manuel Caballero Bonald ya dejó un epitafio muy anticipado, en su final de Laberinto de fortuna: "Cuanto aquí dejo escrito legitima eso otro que nunca escribiré".

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