Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
LA expresión tiene su origen en la costa de Trafalgar, donde la ceca hacía alusión a la casa donde se acuñaba la moneda en Sevilla; y la meca, a su vez, a los Caños de Meca, lugar donde se situaba la almadraba, y, en esta, al terminar la dura jornada laboral era habitual que a orillas del río Cachón se organizaban saraos y zambras y según cuenta la leyenda este es el origen de la palabra cachondeo.
Viene esto a cuento porque en una de mis recientes estancias en Andalucía he tenido ocasión de visitar el cabo de Trafalgar, con su imponente faro que data de 1860 en forma de torre troncónica esbelta, blanca y de 34 metros de altura, situada a 51 metros sobre el nivel del mar. Junto a la torre musulmana de vigilancia construida en el siglo IX. El lugar es un primigenio islote, unido a la península mediante un tómbolo producido por la sedimentación de arena.
En sus inmediaciones, el día 21 de octubre de 1805, se enfrentaron la Armada combinada de España y Francia contra la Armada inglesa. La primera estaba al mando del inexperto francés Pierre Villeneuve, asistido por el ilustre marino español Federico Gravina, y la segunda al del Honoratio Nelson que perdió su vida en la batalla. La combinada contaba con 33 navíos, de los cuales 15 eran españoles, y la inglesa con 27.
Frente al despliegue en línea de las 5 divisiones franco-españolas, la escuadra inglesa avanzó en dos columnas paralelas, perpendiculares a la línea única de la escuadra combinada. Villeneuve reaccionó torpemente ordenando el viraje de 180 grados de todos los barcos a la vez. Este movimiento, contrario a la opinión de Gravina, provocó el desconcierto de la escuadra combinada con el resultado de que los españoles tuvimos 1.025 muertos y 1.383 heridos, los franceses 2.218 muertos y 1.156 heridos y los ingleses 440 muertos 1.241 heridos. Otros perecieron en la tempestad que siguió al combate y España perdió en aquel triste episodio la soberanía de los mares.
Rememorar estos hechos e intentar imaginarme el brutal y sangriento encuentro me produjo profunda tristeza, especialmente por lo dados que somos los españoles al derrotismo, tal vez porque en los colegios se nos ha repetido demasiadas veces los desastres de la Invencible y de Trafalgar, silenciando otros episodios históricos en los que la Marina Española, dirigida hábilmente por expertos marinos, derrotó una y otra vez y hasta de manera humillante a los ingleses. O tal vez se pone de manifiesto que donde la leyenda negra tuvo consecuencias más significativas fue precisamente en España.
La campaña de desprestigio de los ingleses en todo su área de influencia, contra todo lo relacionado con España y su Imperio también tiene mucho que ver. La "pérfida Albion" logró esconder allí donde pudo, durante siglos, que sus esfuerzos para liquidar el Imperio español, tras el desastre de la Invencible, los pagó caros.
Isabel I de Inglaterra dispuso una armada, de mayores dimensiones que la de Felipe II, llamada la Contraarmada o la Invencible Inglesa, aprovechando la indefensión, en aquel momento, de España en los mares. Con ella, el día 4 de mayo de 1589 ataca La Coruña, conquistando rápidamente la parte baja de la ciudad, pero en la parte alta se produjo una defensa "numantina", en la que, entre otros muchos defensores destacó María Pita, teniendo finalmente que desistir los ingleses.
En 1580, el ataque se produjo contra Lisboa, donde arribó la Armada el 26 de mayo y el 11 de junio y el día 16 del mismo mes, huyeron las tropas inglesas que estaban siendo destrozadas por las hispano-portuguesas. El final de la Contraarmada tuvo su escenario en las Azores, donde los barcos ingleses huyeron en desbandada.
En el año 1741, Blas de Lezo, brillante marino guipuzcoano, venció a los ingleses en Cartagena de Indias, precisamente por donde estos quisieron comenzar una ambiciosa acción orientada al dominio de toda la América española. Allí puso bien de manifiesto el guipuzcoano en una acción heroica que era posible destrozar y humillar a la Marina inglesa en la mayor derrota de su historia.
Los ingleses llegaron a ufanarse de su victoria hasta el punto de que antes de la batalla acuñaron una medalla conmemorativa de su victoria. Jorge II de Inglaterra prohibió que se escribiese sobre ésta y otras acciones.
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