Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
El humor es la manera de contrarrestar la amargura, el pesimismo, el sentido doliente de la vida. El humor es una actitud y una aptitud ante la existencia, y, como no, una perspectiva, un distanciamiento del asunto, burlesco, ligero y, sobre todo, ingenioso.
Mi estimado profesor y amigo José Antonio Hernández Guerrero estima que el humor es un lenguaje que la Estética considera como arte, la Poética como resorte literario y la Antropología como una manifestación cultural. Y mi ilustre amigo el doctor Chamorro me confirma que, en toda la historia de la Real Academia, sólo cinco españoles han basado en el humor su discurso de ingreso. España ríspida y agropecuaria.
Por todo ello no me extraña nada, pero absolutamente nada, que el Diccionario de la Real Academia Española contenga el términoHumor desde la primera edición, pero hasta la undécima no aparezca "buen humor" (1869), y hasta la decimocuarta (1914) no se incluya el término Humorismo ("estilo literario en el que se hermana la gracia con la alegría y lo alegre con lo triste").
Siempre he creído que un narrador es algo más que un funcionario de las circunstancias, que una criatura mediática o un cuenta chistes de barra y peña, porque un narrador lo es ante todo por placer, y cuando la realidad real se suma a la imaginada y la narrada por los tres o cuatro que frecuentamos las letras, exigiéndonos una mínima calidad, es mejor reír y releer que contemplar el panorama, triste y crispado, enrarecido y vacío.
Pero uno respeta a quienes escriben por comprometidos, como denuncia o para transformar el mundo, más no ignora que nadie respeta a los que escribimos para divertirnos, para edulcorar la realidad, domesticar el intestino espiritual, torear por abajo a la híspida vida social donde hay gente pa tó, convulsa, inculta y figurante, sombra de los políticos, alma de las asociaciones y correveidiles que no dan más de sí.
La falta de humor real se da porque nos perturba y nos cohíbe la risa sana. Creo que debe perturbarnos lo que es lúgubre y no la risa que es luminosa. Muchas cosas hubiesen indignado al hombre de haberse representado desnudas, iluminadas por el poder de la risa, aportando tranquilidad al alma. Pero no asumimos ni en la tierra del Carnaval, el fuerte poder de esa risa: lo que da risa es bajo, dice la globalidad; sólo lo que se pronuncia con voz severa y tensa, sólo esto, recibe el título de elevado, de serio, de rigor ¿mortis? Estudio, elaboración, brillantez sólo para lo carente de humor, y el humor para circo, bares, chistes y payasadas, chirigotas, gaditanos…Más o menos. No se explica de otro modo la agresividad sevillana contra Cádiz, por ser más graciosos, siempre polémica guerrera al frente.
Pienso que Columela adaptó para Cádiz las normas humorísticas de Cicerón, quien daba reglas al respecto, y advertía de que el orador ha de usar el ridículo de tal manera que ni sea demasiado frecuente, para que no sea bufonesco; ni obsceno, para que no sea de pantomima; ni agresivo, para que no sea descarado; ni contra la desgracia, para que no sea inhumano; ni contra el crimen, para que la risa no sustituya a la repulsión; ni cosa impropia de la persona del orador o de los jueces o de la ocasión. Pues esto cae en lo que hemos llamado falta de decoro. Evitará también los chistes rebuscados, que cuando no se improvisan sino que se traen de casa son fríos comúnmente. Tendrá miramiento tanto con la amistad como con la dignidad, evitará los ultrajes imperdonables; solamente asaeteará a los adversarios, pero no siempre a ellos, ni a todos, ni de cualquier manera. Con estas excepciones usará la agudeza y los chistes.
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