Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
El insulto "hijo de puta" siempre me arranca una sonrisa de ternura y nostalgia, y eso que, paradójicamente, me acuerdo de mi madre. Ella, para prevenir alguna pelea de preadolescentes, nos decía: "Qué tontería de insulto, al menos contra vosotros, siendo tan obvio que vuestra madre es una santa". Y lo era, además de humilde, que la humildad, como advertía Santa Teresa, es andar en verdad (y buen humor). Nos daba, de paso, una lección finísima en el arte schopenhaueriano del agravio. Para insultar como Dios manda no vale de nada un estereotipado vituperio automatizado.
Lo rememoro ahora porque, cada vez que salen algunos nacionalistas catalanes insultando a alguien (ya sea político, policía, ciudadano corriente, corresponsal de prensa o niño), recurren, monótonamente, al mismo insulto. Incluso ellos se han dado cuenta de que "fascista" se les ha desgastado, como el amor, de tanto usarlo. Se han encasquillado en el "hijo de puta".
Un freudiano podría hacer una interesante lectura. Una buena feminista tendría algo que decir de tanta falta de paridad insultante. Yo, como sólo soy chertertoniano, me río, y me acuerdo del maestro, que daba una explicación al caso.
Decía él que para ser un buen satírico hay que admirar al que se procura denigrar. Saber cuáles son sus puntos débiles, para atacarlos, pero antes saber cuáles son los fuertes, para ni mentarlos, porque resultan contraproducentes. El problema de los nacionalistas con la expresión "hijos de puta" es la ignorancia culpable y seriada de aquellos a quienes insultan (y de sus santas madres). Los han admirado poco, y así no hay manera.
Tendrán lengua propia, desde luego, y bien bonita que es, en condiciones normales, pero no demuestran mucho dominio semántico. Les veo en las noticias y me entran ganas de recomendarles las historias de Tintín, con aquellas gloriosas marejadas de insultos del capitán Haddock: "ametrallador con babero", "residuo de ectoplasma", "anacoluto", "estropajo", "extracto de hidrocarburo", "lepidóptero", "filoxera", y mis preferidos, "analfabeto diplomado" y, sobre todo, "antipático"; o el más actual: "pacta-con-todos".
Todavía mejor insultador es Shakespeare, un exuberante del exabrupto, un rococó del corte, pero recomendárselo a los catalanistas es demasiado, cuando todos sabemos que él hubiese escrito, con su mala ortografía y su buen oído, Pigdemont. Ellos, con un poco de Tintín, ya tiran.
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