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José Joaquín León
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EXISTEN relatos maravillosos de tradición oral, que demuestran cómo los usos y conductas populares pueden servir a la práctica literaria culta. Es el caso del relato breve La Hija del Sol de la escritora Fernán Caballero que, tomando como base argumental la verdadera historia de María Gertrudis Hore y Ley (1742-1801), poetisa y religiosa gaditana ubicada en el Siglo de la Luces, construye un bello relato de costumbres incurso en el tradicionalismo romántico español.
María Gertrudis se casó en Cádiz el 15 de agosto de 1762 a la edad de 19 años con Esteban Fleming. Este joven de 25 años de origen irlandés, era oriundo del Gran Puerto de Santa María, y fue el nuevo socio de la compañía de Miguel Hore, padre de Gertrudis: consumándose así uno de tantos matrimonios de conveniencia de la época. La pareja vivió en la casa comercial de la familia, en el barrio del Boquete (hoy Santa María), en Cádiz, hasta que el 14 de julio de 1765 marcharon a El Puerto de Santa María, pasando a menudo por la Isla de León, la tierra de moda en la década de los sesenta, y en la que también tenían hacienda.
Su primer biógrafo decía de ella que era "hermosísima, de mucha gracia y viveza, de un talento despejadísimo, y lo empleaba de continuo leyendo obras selectas y eruditas". Sus contemporáneos la llamaban "Hija del Sol" para significar por este renombre cuánto brillaba entre las otras damas por su dulcísima voz y hechiceros encantos y melifluos versos…
Al poco de casada, y durante un viaje de su marido a La Habana, María Gertrudis tuvo amores con un brigadier de guardias marinas, el cual la visitaba valiéndose de la complicidad de una sirvienta negra. Una noche, y ya en el jardín de su casa en San Fernando, el brigadier fue apuñalado por dos desconocidos; la dama y la sirvienta sacan el cadáver de la casa y limpian la sangre. Pero, al día siguiente, María Gertrudis ve a su amante desfilar al frente de sus marinos; cree volverse loca, y por loca la tienen las gentes a quienes clama el horrendo suceso de la víspera. Entonces la 'Hija del Sol' apela a la misericordia divina: escribe a su marido, confesando su culpa y suplicándole le permita retirarse a un convento. Con la autorización de su esposo, ingresó en el gaditano Monasterio de Santa María del Arrabal, en 1778, con 35 años de edad. Cabe preguntarse por qué con treinta y cinco años de edad, había elegido tomar el velo en una institución de religiosas calzadas.
En estos monasterios no vivían sólo Esposas de Dios sino también mujeres cuyo estatuto no era el de religiosa: había sirvientas, criadas, lavanderas, viudas que alquilaban una celda, mujeres nobles o de la alta sociedad recluidas por malos tratos, o simplemente para que el honor de las familias estuviera a salvo, niñas cuyos padres se habían ido de viaje sin saber donde dejarlas, o sencillamente niñas huérfanas o educandas, sin olvidarnos que a veces en la clausura, también había esclavas.
Su esposo, el porteño Esteban Fleming juró castidad poco después y se marchó a Nueva España. Al parecer, Gertrudis Hore fue una de esas monjas "forzadas" a vestir el velo. Profesó por razones de adulterio invocando, por supuesto, y con la complicidad de la Iglesia, otra causa. El agraviado Fleming, deseoso de recobrar su libertad, sacó provecho de lo que le ofrecía el derecho, librándose, a la vez que preservaba el honor, de esa esposa entonces inútil y demasiada frívola.
El 14 de febrero de 1780 hizo voto de clausura para siempre con el nombre de Sor María de la Cruz. Esta erudita dama murió en su celda el 9 de agosto de 1801 siendo secretaria del convento, y tras haber sido reconocida como una de las escasas autoras dignas de representar la lírica del setecientos al lado de sus correligionarios masculinos.
Cecilia Böhl de Faber y Larrea se sirve de la historia de la monja poetisa para jugar literariamente con la realidad, con la leyenda y con el romanticismo.
Y El orden de los tiempos en este caso, hila el relato de la novelista que vivió largas temporadas en El Puerto, con un romance endecasílabo manuscrito de la 'Hija del Sol' dentro de su legado literario, en el que narra con inusitada prontitud aún estando en clausura, el desgraciado accidente ocurrido en nuestra ciudad el 14 de febrero de 1779, domingo de carnaval.
Pero ese sucedido y las fuentes en las que se ha bebido para la confección de este artículo y el venidero, verán la luz en estas misma páginas en la próxima entrega de esta mirada al pasado de la Ciudad de los Cien Palacios.
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